Los vinos argentinos no son los mejores del mundo, pero gozan de muchas cualidades que los hace únicos. Y su evolución durante los últimos años, reflejando cada vez más potencial, proponen que alguna vez pueden legar a serlo, quizás, más temprano que tarde. Pero dejando el potencial de lado, hay algo que marca la diferencia en el vino argentino, pero que no es suficiente. Y no porque no sea lo suficientemente alto, sino porque la altura por sí misma no garantiza más que ciertas condiciones climáticas que pueden influir (favorablemente o no) en los vinos.
Hoy, más allá de bodegas, variedades y estilos, esta característica bien diferencial atraviesa a la mayoría de los vinos argentinos. La altura. Implica que los vinos elaborados con uvas provenientes de viñedos a más de 900 msnm sean mejores. Pero es evidente que la cercanía con el sol permite una mayor insolación de la vid y, si se hace un buen manejo de canopia, eso redundará en una mejor madurez. También en hollejos más gruesos y, por ende, con mayor cantidad de polifenoles. Por su parte, las brisas constantes es otro de los factores que posibilita uvas más sanas. Y las temperaturas medias de día y de noche son más marcadas, permitiendo una mayor amplitud térmica. Pero sobre todo es la heterogeneidad de los suelos mayormente pedregosos, incluyendo sus pendientes, lo que brinda un carácter distintivo y una expresión propia a los vinos de altura. Esto quiere decir que la montaña, tan presente en los terruños nacionales, es fundamental en el carácter de los vinos argentinos. Pero a la montaña, como al terruño, hay que interpretarla. Y cuando más cerca y más alto se está, las condiciones se vuelven más extremas, que no implica mejores condiciones, sino diferentes. Ahí es donde la habilidad del winemaker debe aflorar. Porque no se trata de una carrera para ver quién llega más alto ni al lugar más extremo, sino quien encuentra el mejor lugar para una o más variedades, y con ellas poder reflejarlo en las copas con un vino único. Y así como a las heterogeneidades de los suelos deben adaptarse, también a los vaivenes climáticos, no solo de esas microrregiones de altura, sin de la añada. Porque cada ciclo exige un movimiento de cintura diferente, sin perder de vista el objetivo vínico. Es decir, mantener un estilo o una interpretación de un lugar que incluya la influencia de la añada. Porque en definitiva un vino se convierte en gran vino cuando puede transmitir una personalidad única, pero también cuando puede reflejar una añada y, sobre todo, cuando puede trascender en el tiempo para atravesar generaciones y así consolidar su prestigio.

La altura en los vinos argentinos es un condicionante y un atributo muy mensurable, tan fácil como impactante para comunicar. Pero es necesario que los “altos” vinos argentinos entiendan que no es una condición que por sí sola ayuda a vender. Porque a la altura hay que saber manejarla bien en el viñedo para que se pueda apreciar bien en las copas. Y así pasar a ser el dato más relevante y atractivo que los consumidores pueden entender y admirar fácilmente. Por eso no hay que “abusar” de la altura ni pedirle cosas que sola no puede. Es un concepto amplio y natural que la Argentina debe sacarle provecho. Estudiarla y entenderla para no caer en banalidades como “a mayor altura, mejores vinos”, porque no se trata de una escala cuantitativa, sino de un paisaje único e imponente en el que los viñedos argentinos crecen. Y si bien esas condiciones naturales ya son únicas, es necesario cuidar el concepto de “vinos de montaña” o “vinos de pedemonte”. Cada lugar tiene su altura, y un desarrollo de millones de años particular que han determinado su composición de suelos. A eso hay que sumarles el clima y la mano de los hacedores. Con todos los elementos de esta “fórmula natural” se puede concluir que hay veces que vinos a 600msnm son mejores que a más de 1000, o incluso más de 1500. Lo importante no son los metros sobre el nivel del mar sino el conocimiento, a partir de la observación y la experiencia que cada hacedor pueda lugar de su viñedo, más allá de la altura a la que se encuentre.