enero 28, 2024

Mendoza - Argentina

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Aguas claras, sol ardiente

Recife y Porto de Galhinas en un viaje inolvidable en el que se paladea el talante del nordeste brasileño.

Puerto de Gallinas, en tiempos de la colonia estaba repleta de haciendas e ingenios de azúcar -en la actualidad pueden visitarse algunos-, debe su nombre a una tradición nada feliz. Es sabido que en las dimensiones tan extravagantes que le propuso Brasil a los conquistadores, tanto como las riquezas, la mano de obra para desarrollar las actividades productivas era fundamental, y por supuesto no llegaba desde Europa sino desde África, tampoco era voluntaria, claro. Los esclavos arribaban a ésta zona con demasiada frecuencia para su comercialización. Incluso cuando en 1850 se prohibió en el país el tráfico de esclavos, en este rincón del litoral, las aguas protegidas por arrecifes y las bahías encerradas albergaban un puerto muy preciado y lejos de los ojos de la ‘ley’ para hacer caso omiso a la regla. Precisamente esas cualidades geográficas posibilitaron que el comercio humano continuara viento en popa con muchos distraídos en derredor. Así cuando accedían al puerto los barcos con africanos los vendedores corrían hacia los campos anunciando que ya estaban  las “galinhas”, la carga humana destinada a los ingenios. Con el correr de las décadas este sector de aguas transparentes y piletones cercados por barreras coralinas comenzó a valorarse para la recreación. Así, el triste Porto de Galinhas, transmutó la negatividad de su historia y denominación a un reducto en que todos son bienvenidos a vivir experiencias únicas.

Astilleros para la industria petrolera y el Puerto de Suape se adivinan camino a Galinhas, no se ven desde la ruta pero son el mayor aporte a la economía del estado. Al llegar a la villa se percibe un ambiente relajado entre hoteles y posadas, calles de tierra hacia las playas más alejadas del centro y un mar que no esconde nada. Las callejuelas del área comercial son un encanto, las gallinas – en este caso el ave de corral- en simpáticas representaciones pueblan escaparates, adornan carteles y bancos, también viejas cabinas telefónicas, dando un toque lúdico y divertido al sitio en el que es preferible moverse en buggies.

En la playa principal, a escasos metros de la peatonal, hay mucha gente, nadie se atropella, y decenas de jangadas (embarcaciones) sponsoreadas esperan varadas a metros de la arena. Los jangadeiros realizan todas las ofertas. Cerrado el trato por 30 reales, con ojotas o calzado para proteger los pies de los corales, se avanza hacia el velero rudimentario, esquivando a todos los que van por lo mismo y ahí comienza la diversión, con amenaza de naufragio, en un mar translúcido poco profundo y sin olas.

Nosotros elegimos una lancha luego para ir algo más lejos. La barra coralina -protegida por el gobierno- se divisa a pocos metros. Con el ardiente sol, en lo único que se piensa es en un chapuzón. El desembarco obliga a estar atentos para no pisar los corales que están vivos, tienen un color rosa nítido, los que pasaron a mejor vida lucen petrificados y es la base por la que transitamos metidos más de medio cuerpo en el agua. Primero visitamos pequeñas piletas naturales con pececillos a los que los turistas alimentan, mientras el guía sentencia la relevancia de resguardar el portento que genuinamente se da lugar por aquí.

¿Y cuándo nadamos? La embarcación se mueve entonces hacia piscinas más amplias, donde el mar apenas cubre los hombros en las piscinas más profundas. Con antiparras o a simple vista, se observan  los cardúmenes que pasan junto al cuerpo, acostumbrados a la invasión de visitantes. Todo estilo de nado permitido para refrescarse y quedarse flotando en en la calurosa jornada de Galinhas.

Y si de placeres se tratam la gastronomía local nos regala bollos de salmón con queso catupirí, la alucinante calabaza hueca rellena de camarones y leche de coco, moqueca, arroz con azafrán y salmón en mantequilla con frijoles y puré de yuca. Si esto ya es tentación, lo más típico hay que degustarlo: aguja frita, ostras crudas, quebrado de cangrejo, entre otros. caipirinha, siempre caipirinha o una cerveza fría en la arena. 

Caballitos de mar, más bien de río

Ahora la promesa es conocer los bellos hipocampos que habitan en el río Maracaípe, ése que al final se ahoga en el océano. Entre manglares sobre agua bastante oscura, terrosa, como para no apreciar el fondo, la balsa rústica se hace camino. Hay más de 40 especies de estos seres míticos que representan la fidelidad en la pareja. Nuestro guía, con una larga vara, ayuda el desplazamiento. Los árboles de raíces externas compiten por los rayos solares en las orillas y los peces por el alimento en cada tramo. La función comienza cuando el nativo se lanza al agua, pide silencio y, tras algunos minutos, rescata un ejemplar de color anaranjado, lo coloca en un frasco y se presta a todas las fotos. Luego lo regresa al mismo sitio ya que los comúnmente denominados caballitos de mar necesitan permanecer en familia.

El almuerzo se sirve a unos kilómetros, en el restaurante Joao frente a una playa casi desértica y tan apetecible como el menú del local. Peixada pernambucana -una delicia caliente de varios tipos de peces en un caldillo sabroso-, moqueca mixta, camarón de la casa. La cosa es volver al agua, la movida surfer está en Maracaípe.

La cena, tras un día ajetreado por la costa pernambucana, es en el Sheraton Reserva do Paiva, situado entre Porto de Gallinas y Recife. Con sabores de la región y del mundo, arrancamos con papas bravas y camarones, aparece el carpaccio de pulpo, el foie gras, el carpaccio de ternera y la picaña madurada para el principal, mimando al paladar un vino de Portugal como necesaria compañía.

Recife y Olinda

Recife es la capital del Estado de Pernambuco, fundada en 1537, entre 3 grandes ríos- Capibaribe, Beberibe y Tejipió- elevando puentes uniendo islas, por ello le dicen la Venecia brasileña. Entre la moderna urbanización, de altos rascacielos vidriados, se cuela un magnífico paisaje natural y el costado más antiguo de la urbe con buenos exponentes de 3, 4 y 5 siglos.

Hay que subirse a un catamarán para descubrir tal riqueza desde el agua. Mientras el guía con voz de locutor profesional explica las edificaciones a las que se aproxima, la mente puede volar. Eso sí, si no desea perder la cabeza agáchese cuando se lo indiquen, pues los 5 puentes que se atraviesan en el tour pasan al ras del borde de la embarcación, hay que recostarse, en una mezcla de locura irresponsable y algo de acción para los que se extraviaron en el horizonte.

Ecléctica, de ambiente nordestino y aires capitalinos, Recife cuenta con una bella franja costera en la que lógicamente los arrecifes están a la vista, muy cerca de la arena formando anchos piletones con olas. Todos los días del año, locales y foráneos toman baños allí a pesar de los inquietantes carteles que señalan que es zona de tiburones. ¿Es un chiste? Pues no, la creación del puerto de Suape hizo virar la ruta de los predadores hacia este litoral en búsqueda de alimento. No suena bien, pero es cierto, como también es verdad que es posible bañarse y disfrutar. Lo que está prohibido es internarse en las aguas y practicar surf.

Es preciso dedicar una jornada a la cultura de estas ciudades, y a sus prácticas vivas. Irreverente, auténtico, democrático y colorido, el Carnaval de Olinda es una de las expresiones más genuinas del Brasil. Alcanza con llegar a la añeja urbe de Olinda trepada a 7 cerros, con callejuelas de piedras lustradas y balcones esbeltos, con pórticos de amores adolescentes y grietas entre las edificaciones que llevan al abismo azul, para rubricarlo. Además de caminar sin prisa por cualquier barriada, la Iglesia da Sé y el Monasterio de Sao Bento son dos paradas ineludibles.

En estas calles se respira historia, cultura, alegría, identidad, justamente los ejes sobre los que se apoya la fiesta más esperada, el Carnaval. Se escucha frevo, y quien se atreve, lo baila. Pero sólo podrá comprenderlo quien ingrese al museo que lo tiene como temática. Un espacio interactivo en el que la trayectoria de la música y su danza se patentizan en pisos y paredes, en oídos y cuerpos. Es que no se puede reducir a un estilo sino que se trata de una manifestación cultural que fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por Unesco en 2012. El centro de documentación también alberga talleres y da cuenta de las diversas agrupaciones que participan de la festividad con sus trajes típicos, estandartes y unos paraguas pequeños que, si bien tapan del sol, en sus comienzos eran cuchillos disfrazados con los que se enfrentaban las razas y castas. Ahora forman parte de una danza que fluctúa entre simulación de ataque-defensa, seducción y cortejo, con el desparpajo típico de la sangre que corre en esta zona del nordeste brasileño (pacodofrevo.org.br).

De regreso al hotel, la tranquilidad de palmeras recortadas en el inmenso firmamento, de un mar calmo y un ambiente amigable, una caipirinha acompaña la contemplación, mañana será otro día en el Nordeste, mucho para descubrir.