enero 5, 2024

Mendoza - Argentina

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Algunos días en la vida nunca vienen nada mal

Porque de eso se trata vivir, viajar, trasladarse, experimentar sin distancia ni tiempo, aquí o allá, cada quien hace la diferencia.


Arranqué la nota de esta semana, café, Macbook y un listado de destinos mediante, con las agujas del reloj marcando segundos, minutos, horas, impiadosas. Las letras no se agrupaban para formar palabras en el nuevo documento, mi mente no se ordenaba para volver pasos sobre los viajes, sobre alguno en particular, sobre el último, sobre algo que contar, sobre ayer. Este es el punto, qué narro hoy, a qué sitio los convido, qué les gustaría leer, hacer, soñar… Crick. Crick. Crick. Crick.

La regla del escritor es comenzar y escribir, aunque parezca que no hay nada, verter los pensamientos o las imágenes en el blanco compulsiva o meditadamente, incluso siguiendo una estructura, cual fuera su estilo. Cierto es que las reglas también están para ser quebrantadas, en tanto no implique más que a la que suscribe, porque hay demasiado afuera, fuera de control como para que rompa lo establecido sin previo aviso. Es menester decir entonces, que ésta no será la nota de turismo habitual, aviso, como para que quien esté del otro lado no se sienta estafado en los próximos párrafos. 

Desde hace años amigos y conocidos, familiares, me dicen en tono de broma: ¿no me llevás en la valija? Algunos incluso van más allá y me proponen acarrear los bártulos en silencio, hay quienes se ofrecen a conducir, hacer los check in y hasta mirar por mí. Me limito a sonreír ante las ocurrentes ofertas: estudio el destino antes de partir, te llevo el café a la cama antes de dormir y cuando amanezca, la manada de sobrinos suele afirmar que en caso de que acepte, ellos serán silenciosos y no pedirán que les compre nada. Promesas que hacen con los dedos cruzados, porque saben que al fin y al cabo nos une el disparate, el derrochar palabras, risas y si hay que gastar se gasta, porque el que no comparte pierde la mayor de las partidas: el disfrute en compañía de los días en este bello, loco, extraño y desconcertante mundo. 

Me pregunto qué anhelan. Será el movimiento, el desplazamiento, las novedades, los registros culturales, las selfies para Instagram, los sabores desconocidos, el descanso, el escape, la experiencia. Quizá todo o nada, tal vez sea la pretensión de probar los zapatos del otro, (o ponerse en los zapatos de tal otro, hay diferencia). Es ahí cuando les invito a la acción, a recorrer cualquier sitio, al que accedan, pero con los ojos tan nuevos que cada cosa que vean sea como un descubrimiento, así esté a pocos kilómetros de casa. A maravillarse ante los aromas, sabores, ante las vistas y los sonidos, ante los pensamientos a los que recurre la mente, ante las sensaciones que experimenta el cuerpo, ante la certera decisión de que será un periplo en el que sorprenderse será apenas el comienzo. 

Viajar también es una idea, un concepto. Por tanto el desplazamiento o la duración no deben ser variables estancas, sino más bien, ser concebidas fuera de la física qué conocemos. Algo a contemplar en lo absoluto, es la compañía o ausencia de ella, ya que aunque seamos viajeros solitarios siempre habrá gente en el camino, porque a esto de seres sociales, sujetos sujetados y tanto más, hay que sumarle la impronta de la mística que necesariamente conlleva cruzar personas que agregarán condimentos indescifrables y cuyo valor conoceremos en tránsito.

¿El destino? Un café en un barcito mendocino en el que el sol otoñal transforma el ambiente en el onírico paisaje de los sueños o, quizá, un recorrido por el desierto de Sahara en el que el chico berebere que guía al grupo solo habla su idioma, pero comunica con todo su ser y traspasa sus tradiciones con señas e infusión de menta, para que nos la llevemos puesta. Una fiesta en Los Cabos (México) a pleno día y durante toda la noche, por esto de que sólo se vive una vez, (categoría a poner en duda). Una visita al Vaticano sólo para caer ante la Piedad de Miguel Ángel y permear el dolor del mármol de esa madre con su hijo muerto en sus brazos. Un pic nic en el Parque San Martín con mantita y abrigo un medio día de semana, con un Bonarda, algunos quesos, frutos secos y una amiga. Adentrarse en el mundo de las ballenas, en la Península de Valdés o en California; comer un corderito en la parrilla de mi amigo Jorge o tal vez un banquete en el entretiempo del PSG en el exclusivo palco del estadio. Y ahí cerca, todas las odas a la Torre Eiffel porque el Grito de Munch es lo que sigue en agenda. Y El beso de Klimt llegará más tarde.

Empaparse en las Cataratas del Iguazú o desear el agua en la Puna jujeña, brindar en Mendoza Capital o a orillas del Bósforo como en una novela turca.  

Podrá ser también objeto de la salida los encantos de la moda en Milán, el chocolate suizo o un restaurante neoyorquino. Pescar pirañas para alimentar yacarés en Corrientes y alimentar al Rey Arturo cada día en mi casa. Visitar una bodega de Maipú, caminar la costa chilena, suspirar con Frida Kahlo y después asistir a la Comic Con. Nadar con delfines y ver al Adri nadar en la pileta, y navegar, navegar y navegar, por océanos y ríos, por la memoria de quien los vivió. Visitar el Museo de la Revolución en Cuba y en Rusia, con Lenin a la cabeza. 

Recorrer la costa amalfitana en auto e internarse en el Amazonas en canoa. Dar pasos entre dioses griegos en la Acrópolis y desprenderse de las creencias en Roma, frente a un plato de pastas. Quién se negaría a dormir entre azulejos lusos y despertar temprano para emprender la senda de Santiago Apóstol.

Llegar al fin del mundo (Ushuaia) en crucero y al Polo ártico en menos de un mes, porque sí. Visitar a tu tía con las tortitas para el mate y comer paella en Valencia para más tarde asistir al five o´clock tea. Atarse los cordones para recorrer el parque Aconcagua y desatarlos para hacer yoga en San Pedro de Atacama. Una master class tailandesa y las empanadas de tu vieja. Habrán notado que no hay más “o” señalando opciones entre propuestas, luego la escritura viró a las “y” para sumar, porque siempre terraza… porque para restar no está el camino.