En esta última semana del año se multiplican los balances del año, cada cuál en su rubro, en su trabajo, en su familia. Y, como suele suceder, siempre habrá cosas que quedaron pendientes. Más allá del saldo de cada uno en cada área de su vida, en el vino argentino hay que decir que el balance fue positivo. Claro que si se mira el consumo; el más bajo de la historia (17,6 l per cápita por año); o las ventas el mercado interno, para muchos el resultado es negativo. No obstante, para muchos la exportación se reactivó, y eso equilibró un poco los números. Pero no siempre lo más importante en la vida es lo cuanti sino lo cuali. Y, en este aspecto, hay que reconocer que el balance del vino argentino es totalmente positivo. Porque el cambio climático no lo afectó, porque el Malbec se sigue posicionando, porque la calidad sigue siendo el atributo privilegiado por las bodegas, porque se siguen “descubriendo” terruños aptos para desarrollar viñedos que, con esfuerzo y dedicación, puedan llegar a dar grandes vinos. Por ejemplo, se está plantando la viña más alta del mundo, aún no se sabe si las plantas sobrevivirán a condiciones tan extremas, ya que su límite natural está a los 4000 msnm. Pero hay un grupo de entusiastas que cree en el lugar y se lanzó a la aventura. Una aventura que recién empezará a dilucidarse en cinco años. Pero está, y nació en este año de ajustes de todos los colores.
Ni hablar de los grandes vinos nuevos que vieron la luz. El súper Cabernet Sauvignon de Catena Zapata. El gran vino argentino de Aurelio Montes, propietario de Kaiken y referente del vino chileno. El flamante gran vino blanco de Luigi Bosca, o el rosado de lujo de Bodegas Bianchi, entre muchos otros. ¿Qué significa esto? Que el juego (y la vida) sigue. Y no siempre hay que hacer balance al finalizar un año. Quizás haya que empezar a mirar más a largo plazo y empezar a hacerlo cada dos, cinco o diez años, para poder poner el foco en lo verdaderamente importante. Obvio que el resultado económico es necesario para la sostenibilidad de cualquier negocio, y sin ventas no hay crecimiento ni desarrollo. Pero para lograr eso, primero hay que tener vinos. Y la Argentina tiene cada vez más mejores vinos. Quizás la producción y los viñedos caigan en cantidad, pero eso implica que hay reconversión. También es cierto que muchos consumidores se “caen” del vino y se pasan a otras bebidas. A priori, restando a la causa. Pero ¿y si gracias a esa caída nació el gran desarrollo de los “nuevos” vermuts nacionales? Una categoría estancada hasta hace muy poco, y hoy es la gran apuesta de las bodegas, ya que la base de esa tradicional bebida, es vino. Ni hablar de los desarrollos que se están haciendo pensando en los consumidores más jóvenes. Vinos en latas, más frutados y con menos alcohol. Todas opciones que, más temprano que tarde, van a pegar con todo.
Y si se mira al mundo como mercado, la única opción que tiene la Argentina es jugar como lo está haciendo, cada vez con mejores vinos y de excelente relación calidad-precio. Demostrando, año tras año, que también puede jugar en la “Champions League” con sus grandes Malbec, blends tintos y hasta algún Chardonnay.
Mirar para adelante y esperar que el 2025 sea exitoso con todos los vinos argentinos que hay es muy alentador, y no hace falta ser argentino para verlo. Salud y felicidades.