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Maridar o no maridar, esa es la cuestión

La clave es pensar el vino en función de la importancia (en todo sentido) de la comida. Pero atención, porque el mayor error que se suele cometer no tiene que ver con el vino elegido, sino con servir un solo vino en una larga comida.

Como sommelier profesional, reconozco la importancia de combinar bien lo que se come con lo que se bebe. Pero como periodista y consumidor destaco que existen más de mil vinos para cada plato y mil comidas para cada etiqueta. Es decir, que las posibilidades de éxito son tan amplias que el maridaje, lejos de ser un problema para los comensales, es una oportunidad para ampliar el conocimiento, y así el disfrute.

Partiendo de la base que, si existen ciertas reglas básicas, pero no es obligatorio respetarlas al pie de la letra. Porque, por ejemplo, hay tintos que van muy bien con los pescados, y eso desmitifica que sólo los blancos se deben servir con las delicias de las aguas. Básicamente porque hay muchos tipos de pescados (de mar, de río) y muchas maneras de prepararlos (asados, al horno, salseados, fritos, guisados, etc.). Es decir que para pensar un vino que combine bien con una preparación hay que tener en cuenta muchas otras cosas, además del pescado. 

Si es un pescado blanco, de carne magra y solo grillado y acompañado de una ensalada de vegetales, el vino deberá ser igual de suave. Por eso un Chardonnay, Sauvignon Blanc del año o un Tocai Friulano, serán una buena alternativa. Pero si la idea es cocinar un pescado azul, de carne más grasa (atún, salmón, pez espada o sardina, por ejemplo) y con un acompañamiento más consistente, necesariamente hay que pensar en un vino con más cuerpo. Y ahí un tinto se luce más que un blanco. 

Un Pinot Noir joven, incluso un Malbec o un Merlot, sin protagonismo del roble, y con paso equilibrado por boca, potenciarán las virtudes del plato, al tiempo que permitirá apreciar más y mejor cada bocado. 

La clave es pensar el vino en función de la importancia (en todo sentido) de la comida. Pero atención, porque el mayor error que se suele cometer no tiene que ver con el vino elegido, sino con servir un solo vino en una larga comida. Únicamente un buen espumoso se puede lucir desde el aperitivo hasta la sobremesa, acompañando dignamente cada paso del menú. Por eso, así como se empieza con una entrada (o picada) más liviana y se sirve el principal más potente, los vinos deben seguir el mismo libreto; sin que ello implique más conocimiento que el mero entusiasmo de aquel que disfruta de la buena mesa.

Ahora bien, si se pone esmero en la cocina, hay que poner la misma dedicación al momento de seleccionar el vino para asegurarse el éxito del maridaje.