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Criolla: el primer vino del resto de nuestros vinos

La nota de opinión de esta semana de nuestro especialista Fabricio Portelli.

El auge de los vinos varietales a base de Criolla expuso una polémica digna del wine bar; qué es más importante, la tradición o la calidad. Porque está claro que, si muchos hacedores están dedicados a rescatar a la uva criolla, una de las más plantadas del país, la idea es trascender a la moda. Y si bien la Criolla Grande es una de las variedades que más cayó en cuanto a superficie desde el año 2000 (10612ha), y de Criolla Chica (la de mejor aptitud enológica) hay apenas 350ha, rescatar las tradiciones está muy bien visto en el mundo del vino, significando una nueva oportunidad comercial.

Esto explica por qué cada vez son más los vinos de Criolla, pero no elaborados como los de antes, sino como los vinos de ahora, o al menos esas son las intenciones. Por un lado, está el carácter de la uva, y hasta dónde puede llegar. Por el otro, el manejo del viñedo, mediante el cual se logran uvas de mejor calidad en diferentes zonas. Mendoza (por lejos), San Juan y La Rioja, ostentan la mayoría de las Criolla Grande, y Salta se suma al grupo cuando se trata de la Criolla Chica.

Ahora bien, una vez que los hacedores, inquietos y curiosos, encuentran viñedos de Criolla, generalmente abandonados o no muy cuidados, se largan a la aventura. Fundamentalmente porque con esa uva se pueden hacer vinos fáciles de tomar. Aunque esto no tiene solo que ver con el cuerpo o la fluidez del vino, sino con la calidad lograda, su equilibrio general y sus características organolépticas (aromas, sabores y texturas). Entonces, el terruño es la primera excusa, pero es necesario en bodega “darle forma” al vino deseado. Están los más modestos y correctos, que no buscan ir más allá, y se conforman con ser livianos y con cierto carácter frutadoespeciado, que muchas veces no logra esconder sus rusticidades, a menos que se los sirva bien fríos. Pero también están los que han descubierto viñedos perdidos en zonas tradicionales (Zona Este, Valle de Calingasta y Altos Valles Calchaquíes), y que ofrecen un potencial distinto. Por eso, apuestan a lograr vinos con más carácter, y que, por sus características, muchos consumidores y sommeliers los eligen como alternativa de algunos Pinot Noir. Y si bien es cierto que, si se comparan dos exponentes del mismo nivel cualitativo de ambas cepas, las diferencias son notables, el significado de uno es muy distinto al otro. Es decir, el Pinot Noir es mucho más delicado, complejo y elegante. Pero el Criolla remite al origen del vino argentino. Y si su carácter de fruta está bien logrado, con frescura y texturas vibrantes, puede ser que muchos consumidores lo elijan, primero por novedad, luego por gusto, y en definitiva por ese vínculo emocional (significado del vino) que implica ser la protagonista de “los vinos de antes”. Hasta acá, el Pinot Noir nacional ha demostrado que puede ser un gran vino, aunque aún no haya llegado a su máxima expresión. Mientras que el vino de Criolla juega otro partido, porque su potencial cualitativo ya fue descubierto. Y su mejor atributo es mostrar lugares tradicionales de una manera “agradable de beber”. No hay manera de que llegue a ser un gran vino, aunque esto no implica que los paladares exigentes lo puedan adoptar y hasta admirar. Pero si se habla de atributos, el Malbec, el Cabernet Sauvignon, el Chardonnay, el Cabernet Franc y el Pinot Noir, entre otros, están muy por encima. Aunque nadie le saca al Criolla ser el primer vino del resto de nuestros vinos.