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Cudillero, la esmeralda asturiana

Un balcón sobre el Cantábrico donde los sentidos se celebran.

Cuando la voz del Google Maps anuncia la salida hacia Cudillero, o la entrada, nos lanzamos como en clavado hacia el poblado de pescadores que  tiene la fama de ser el más bonito de la costa asturiana. De cara al Cantábrico, Cuadrillero es un lugarcito de esos que se recorren en un día, y por esas cosas de la memoria no se olvidan, quizá porque allí, en unas cuantas horas o en un instante fuimos felices.

Llegamos por la recomendación de Adolfo, que no dejó de insistir con el pueblo de casitas de colores apiñadas en las laderas verdes, así como se puede, sin ninguna normativa edilicia más la de ajustarse a la de tener la mejor vista hacia las aguas esmeralda. Techos de teja, ventanas bien abiertas y la brisa que deja el sabor a mar en los labios. Los barquitos que hoy no salieron hacia alta mar, las sogas y redes apostadas a la orilla y esa sensación de amparo que brinda la geografía bajo el sol implacable de agosto, llegamos.

Los alrededores de la Plaza de la Marina pegadita a la calita, en lo más bajo del terreno, anuncian con los carteles de los numerosos restaurantes que por aquí la gastronomía no se pasa de largo, ni se apura. Por ello iniciamos el recorrido antes del almuerzo.

No hay más que elegir una arteria para subir a desenmarañar la red de callejuelas que como pasadizos secretos, dejan ver la gracia de la villa. Por las veredas angostas de casas centenarias, pelean el lugar las enredaderas de flores con los transeúntes; a la señora que va por sus compras se le acercan dos alemanes que consultan por un hostel; un niño atraviesa la calle con la pelota, en chanclas, con la 10 y una sonrisa. En un bar de dos mesas la cartelera ofrece una interesante variedad de vinos europeos, cafelito para los parroquianos y una tele que nadie ve, pero acompaña. Más allá los recuerdos que se venden como imanes, barcos miniaturas, vasos con escudos, pescados envasados y sidra, entre tanta chuchería que se nos antoja. El ascenso continúa serpenteante, cruzando la calle para ver el detalle  de un pórtico o un negocio, porque ni mirar hace falta, pasa un vehículo cada muerte de obispo. 

Un puñado de miradores hace gala de las vistas del corazón de Cudillero, para encontrarlos hay que mirar las señales en el suelo y las barandas azules.  Y una vez allí, sentarse en la butaca imaginaria en este verdadero teatro griego que pone en escena al centro del poblado. En el trayecto no puede faltar la iglesia, la de San Pedro, el patrono. Construida con los aportes de los pescadores, una tradición que se cultivó durante siglos en los litorales españoles, pues al tamaño de la obra la gracia del protector. 

Por supuesto el santo tiene su gran festividad cada semana del 29 de junio. Días en que los ‘pixuetos’ -así se nombra a los habitantes y al dialecto que hablan- celebran como gente de mar en L’aMuravela. Todos se saludan a viva voz: ¡Amura vela!, ¡Isa vela!, ¡fuego a babor!, ¡Fuego a estribor! y el inefable ¡Viva Pedro!. La procesión por el mar en barcas de tonalidades vivas con los arreglos florales en honor a los pescadores que salieron para no volver, conmueve a propios y ajenos. Pero no es todo, ese mismo día se realiza el bautismo a los foráneos. Una ceremonia muy antigua en la que se le da la bienvenida a la comunidad a todo aquel que quiera pertenecer. Lejos de la fe y como remembranzas de la Edad Media, el ansiado Sermón de L’Amuravela, es primordial. Nadie que se diga en sus cabales se lo pierde, pues en numerosas ocasiones a lo largo de la historia se ha utilizado para criticar al clero, a los reyes o gobernantes y válgame Dios, qué si hay pescado podrido, aquí se sentirá su olor. Tanto es así que durante décadas, a comienzos del siglo XX, el pobre San Pedro se quedó sin fiesta. 

Delirios pixuetos

El movimiento se acelera en lo bajo, son los visitantes que llegan a la hora de almuerzo y para no estar en lista de espera, aceleramos el paso. Para hacer la experiencia completa hay que elegir una sidrería, solo vale ver como escancian sobre el vaso la bebida para tentarse. Y aquí cabe una aclaración: escanciar no es elevar la sidra y tirarla desde un metro de distancia, es un arte. La botella cuenta con una boca diseñada para que salga la cantidad justa, un chorrín, como le dicen por aquí, que cubre el culete de un vaso de vidrio muy fino haciéndolo temblar, el aroma y el color tientan a apresurar el sorbo. Pero no se apure, observe el ritual del escanciador que sujeta el vaso con el dedo índice y pulgar, con el dedo del corazón apoyado en la base, baja el vaso hacia su pierna. Con la otra mano toma la botella con el meñique en la base y extiende el brazo lo más que puede para hacer salir el chorrín con fuerza y allí ¡el cuelete está servido!. Ahora sí no demore: se bebe de un solo trago. 

En las cartas de los restaurantes y sidreras, se encuentran opciones con variedad de pescados y mariscos, bonito, besugo, el rape o pixín, langostas, zamburriñas, percebes, por nombrar algunas. Entre las delicias asturianas hay que degustar el Fabe con almejas o la Merluza a la sidra. Y una muy local, el Curadillo, se trata de un pequeño tiburón que es secado al sol. La carne se torna de color rojo y se cocina en un guisado exquisito que se sirve con papas al natural. El pulpo a la plancha, chipirones al ajillo, para los más tradicionales y si no se pueden apartar de la carne de res el característico Cachopo, que consiste en dos bifes grandes, entre los cuales se coloca jamón serrano y queso, se empana y se fríe. 

Más allá del plato seleccionado, el festín es el entorno. El de aromas, sabores, colores de las cazuelas humeantes, el de los aplausos cada vez que se lanza un chorrín, el del alboroto de las mesas y las voces que trae el viento de los primeros pescadores que llegan tras la faena al puerto, el de sabernos en Cuadillero. 

Más información:

Almuerzo con sidra: de 15 a 20 euros. 

Alojamiento: estudio para dos, desde $ 35 euros.

Ubicación: Cudillero es un concejo, parroquia y localidad de la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias, España. Limita al oeste con Valdés, al sur con Salas y Pravia y al este con Muros del Nalón y Pravia.