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El Malbec ¿puede ser el mejor vino… del mundo?

A medida que el milenio comenzó a rodar y la Argentina necesitaba demostrarle al mundo por qué era uno de los principales productores de vino, el Malbec ganó protagonismo. Y así fue como rápidamente se multiplicó en todos los segmentos.

Si bien las tres respuestas posibles, son posibles (si, no, quizás), es interesante cómo la respuesta a esta pregunta fue evolucionando con el paso del tiempo.

Quizás alguien en Burdeos durante la Edad Media, en el apogeo de los “vinos negros de Cahors”, se hizo la misma pregunta. O incluso, algún “vigneron” de la misma región de dónde es oriunda la variedad, varios siglos después. Pero lo más probable, es que haya sido alguien en la Argentina que se animara a pensar en que algo así podía pasar. Es que a los anhelos hay que perseguirlos y trabajar duro para lograr que se cumplan. Pero detrás de esas motivaciones genuinas del productor, también hay objetivos comerciales o incluso de egos, que pueden llegar a tergiversar el mensaje.

Acá estamos hablando desde el otro lado del mostrador. Porque, en definitiva, son los consumidores los que siempre tienen la última palabra. Y en el medio, estamos los del medio, los que no lo hacemos ni lo vendemos, simplemente hablamos de los vinos, además de tomarlos. Claro que, para ser convincente, no solo hay que saber usar la pluma, sino también estar convencido de lo que se dice o escribe, y entender cada mensaje que se emite.

Cuando comencé a dedicarme al vino, allá por 1999, el Malbec era solo Malbec. Ocupaba el lugar de una variedad más. Es cierto que casi todos lo tenían, pero cuando se hacían las presentaciones de vino, siempre el bodeguero o enólogo de turno, ponderaba mucho más sus Cabernet Sauvignon o Merlot que su Malbec. En ese mensaje había mucho de tradición y poco de aprendizaje. Porque durante varios años, sobre todo a finales del siglo pasado, los pocos “grandes” vinos argentinos se hacían a imagen y semejanza de los vinos franceses. Pero esa “imagen y semejanza” era de cabotaje. Porque, por ejemplo, había Chablis y Borgoña que no tenían ni una pizca de Chardonnay o Pinot Noir, respectivamente. Y, de esa manera, el Malbec comenzó a codearse con las variedades prestigiosas, porque formaba parte del “corte bordelés”, junto con el Cabernet Sauvignon y el Merlot. Aunque, sinceramente, nunca conocí un vino de Burdeos con dicho corte (Cabernet, Malbec, Merlot).

Poco a poco, a medida que el milenio comenzó a rodar y la Argentina necesitaba demostrarle al mundo por qué era uno de los principales productores de vino, el Malbec ganó protagonismo. Y así fue como rápidamente se multiplicó y en todos los segmentos. Porque el diferencial que ofrecía ya era una excusa de venta en cualquier mercado de consumo. Solo había que hacer un buen vino e intentar sorprender al comprador. En paralelo a su crecimiento, llegó el “descubrimiento” del terroir, y juntos (Malbec y Terroir) explotaron. Porque para la mayoría de los hacedores, el Malbec es una variedad que no solo se sabe adaptar a diferentes lugares, sino que también sabe leer los paisajes y eso permite reflejarlos en las copas. Así llegaron los vinos de parcela, hijos de la vitivinicultura de precisión, que alcanzaron los 100 puntos de la crítica internacional.

Por eso, dos de las tres respuestas posibles a la pregunta del título, seguramente ya han sido formuladas y respondidas. Pero a mí, nunca se me había ocurrido siquiera pensar en esta pregunta. Aunque con el tiempo surgiría, pero siempre con el “quizás o puede ser” como respuesta. Sin embargo, con el paso de las cosechas y el devenir de cada vez más Malbec, el sí como respuesta, ha tomado mucha fuerza. Al menos en mi opinión. Porque si la calidad tiene un techo, el Malbec ya lo alcanzó, más allá de los 100 puntos. Además, historia le sobra, también origen noble. Lo único que pudo haber retrasado su consagración no fue culpa de ella sino de la filoxera, que debilitó su imagen empoderando la del Cabernet Sauvignon. Es decir que, si no hubiese arrasado esa plaga al viñedo europeo a fines del siglo XIX, el Malbec no sería patrimonio argentino, sino un de los grandes vinos del mundo.

Pero más allá de su pasado, es su presente el que le augura un mejor futuro. Porque esto recién empieza. Y no es solo porque hay más rincones por descubrir en la Argentina de la mano del Malbec, sino porque los mejores vinos argentinos de hoy, son muy nuevos. Y esos, que son los mismos que suben la vara de toda la industria, son los que irán mejorado, cosecha tras cosecha. Ganando en definición y nitidez de su carácter, consolidando lugares y conceptos, también métodos e interpretaciones.

Y si bien todos los vinos del mundo pueden mejorar, la mayoría de los consagrados no se preguntan eso, sino que se relajan en su zona de confort, dejando que el tiempo y el imaginario colectivo hagan el resto. Por eso, el Malbec tiene una gran oportunidad en el corto o mediano plazo; ser considerado el mejor vino del mundo. Pero para ello no solo será necesario que los hacedores mantengan su rumbo actual, también deberán contárselo al mundo. Aunque lamentablemente para eso nunca alcanzan los recursos.

Foto gentileza: Dieter Meier & Family Wines.