Sobre gustos ya hay mucho escrito. Y si bien es cierto que cada uno hace lo que quiere con su tenedor y cuchillo, hay generalidades tan naturales como absolutas. Es decir que por más que la cerveza, el whisky y alguna otra bebida alcohólica se esfuercen, el vino es el único que permite en la mesa disfrutar un buen maridaje. Recordar que maridaje resume los atributos de una buena combinación, como bocado y sorbo se complementan en aromas, sabores y texturas, mejorándose mutuamente. Es ahí donde el alcohol de los destilados, los dulzores de los tragos y/o el amargor de la cerveza calan tan hondo en el paladar que no permiten potenciar la experiencia gastronómica, más allá de los gustos personales, y de algunas pocas excepciones.
El vino, bien elegido y bien logrado, no tiene un solo carácter saliente, sino que ofrece un puñado (bouquet) de atributos, que en equilibrio brindan una sensación única. Si en el plato mandan la frescura y la acidez, como en un ceviche o tiradito, hay miles de vinos adecuados que sabrán envolver esa sensación aguda y transformarla en amable, sin opacar sus perfumes. Si el plato es frío, tanto blancos como rosados pueden acompañar cada bocado sin ocasionar cambios bruscos de temperatura en boca. Si la comida es muy elaborada y de sabores sutiles, un espumoso de burbujas finas será el compañero ideal. Y ni hablar de las carnes rojas con los tintos, ya que, tanto a temperatura ambiente como refrescados en verano, suelen tener el cuerpo y la textura ideal para compartir cartel, sin competir por el protagonismo. Acá, los taninos son la clave, esos componentes naturales (polifenoles) que marcan el paso del vino por la lengua con distintos niveles de firmeza. Y si a esto le agregamos que hay muchos varietales y blends para elegir, vinos con mayor o menor crianza, de tal o cual región, más joven o más añejo, las alternativas para cada plato que ofrece el vino son infinitas. Pero no se trata de una cuestión cuantitativa sino de calidad. Porque cada una de esas variables; que se multiplican a la hora de considerar la mano del hombre y su estilo; influyen en el vino, amplificando su diversidad. Y sólo una bebida así, noble y natural puede realzar el disfrute de comer. Y eso es un buen maridaje, donde la secuencia natural para apreciar a pleno la experiencia gastronómica debe ser bocada-vino-agua.