Hasta hace muy poco el único vino autóctono en alcanzar reconocimiento era el Torrontés (que también es una uva Criolla). Pero ha surgido otra cepa, a tono con la tendencia mundial de revalorizar lo propio como ventaja diferencial. Se dice que la Criolla fue traída por los misioneros llegados de las Islas Canarias, quienes la propagaron de Norte a Sur del continente. Y que luego se convirtió en diferentes cepas según su territorio: Misión en Estados Unidos, País en Chile, y Criolla en la Argentina.
Se trata de un grupo de uvas muy dispar, todas hijas de diversos cruzamientos a partir de Moscatel de Alejandría y Listán Prieto, entre otras. Se sabe que, hasta comienzos del siglo XX, las uvas se plantaban mezcladas por lo que se polinizaron entre sí.
Las Criollas no gozaban de buena fama, pero lograron quedar entremezcladas en los viñedos, y convertirse en plantas fuertes y resistentes. Con el tiempo, llegó a ser muy popular, aunque sus cualidades enológicas no eran destacables. Hasta que algunos enólogos decidieron rescatarla del olvido. Hoy, gracias al entorno, sus cuidados y métodos exclusivos de elaboración; generalmente fermentando en pequeñas vasijas de cemento, se logran exponentes destacables. Una de sus claves es que las plantas suelen ser viejas, y sus rendimientos bajos por naturaleza. Eso ayuda a lograr cierta concentración en su carácter. Es un vino de aspecto tenue y aromas frutados, simples y directos. De trago fácil y paso vibrante, muy refrescante. Sin dudas, el tinto ideal para disfrutar en verano. Este “vino viejo conocido” empieza a estar en copas de muchos. Actualmente la superficie plantada no llega al 10% del viñedo nacional. Con el Malbec y el Torrontés consagrados, y dejando de lado la diversidad que propone el vino argentino, los nuevos vinos de Criollas se están poniendo de moda gracias a que revalorizar lo propio se volvió tendencia, en muchos países y en muchos rubros. Así surgieron “los nuevos vinos Criollos”. Y aunque no fue fácil rescatar la uva, porque la mayoría de los viñedos son viejos y estuvieron mal tratados, se están logrando muy buenas etiquetas. La clave está en el punto de cosecha y en la decisión de vinificarla con pretensiones de buen vino. Pueden ir del rosado pálido al rojo brillante, son de paso ligero y fresco, con taninos mordientes y algo rústicos en su carácter frutal muy propio. No son vinos de guarda, sino de consumo joven, ideales para beber refrescado y acompañar la tradicional picada.