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El vermú ha vuelto para quedarse

Por suerte, desde hace algunos años y de la mano de algunos bodegueros, el renacimiento de este clásico nacional, heredado de los inmigrantes, es una realidad.

La herencia del vermut se remonta a la Edad Media, pero los dos estilos predominantes; el rosso italiano y el blanco seco francés; se crearon hace dos siglos aproximadamente. Y si bien los primeros exponentes surgieron en Italia, a finales del siglo XVIII, en Francia, España y Argentina también existe una sana cultura del aperitivo. Su nombre deriva del vocablo alemán wermut que significa ajenjo, planta medicinal imprescindible para su aromatización. Con el tiempo, se transformó en vermouth, y acá se popularizó como vermut o vermú. La marca más tradicional del país llegó con los miles de italianos que se embarcaron en los puertos de Génova y Nápoles. Este reconocido vermut nacía de combinar ingredientes y productos disponibles en los alrededores de Torino, fundamentalmente vino (75% de su composición) y hierbas aromáticas que le confieren su personalidad y gusto característico y que tanto se disfruta antes de las comidas.

Por estas tierras, el vermú era una vieja costumbre que se estaba perdiendo. Popular hasta hace algunos años, cuando los viejos se juntaban en el bar de la esquina y los almuerzos familiares del domingo en lo de los abuelos era religión. Pero la cerveza (primero) y el fernet (después) avanzaron a fuerza de comunicación, y fueron impregnando a las nuevas generaciones. Así, poco a poco el momento del vermut desapareció. Por suerte, desde hace algunos años y de la mano de algunos bodegueros, el renacimiento de este clásico nacional, heredado de los inmigrantes, es una realidad.

Está elaborado a base de vino, que se fortifica con alcohol macerado con hierbas, cortezas, semillas, flores, cáscaras de frutas y especias; a veces con el agregado de azúcar. Puede ser rojo (tinto) o blanco, dulzón o seco, con texturas similares a las del vino, pero aromas y sabores más intensos y perfumados. Cada marca posee una identidad propia (receta) que se hace sentir en el paladar, y busca mantener a lo largo del tiempo. Esta costumbre nació en Alemania y luego pasó a Francia, Italia y España. Se toma como aperitivo antes de comer, porque el amargo suele ser el gusto más presente en el vermut, y eso ayuda a limpiar el paladar, alertar a las papilas gustativas y a predisponer mejor a los órganos encargados de la digestión. Está claro que es una bebida muy diferente al vino, porque además de sus sabores particulares contiene más alcohol, y por eso se lo sirve con hielo, soda y, fundamentalmente, en los cócteles más clásicos como el Negroni y el Manhattan. Pero también es un gran aliado del vino, ya que no solo se complementan en los placeres alrededor de la mesa, sino que las bodegas pueden disponer de vinos sobrantes para elaborar sus propias recetas, dejando volar la creatividad y creando etiquetas que, en definitiva, suman al reconocimiento de la bodega. Esta es la razón por la cual la categoría tomó una “fuerza inusual”, y a las marcas más clásicas y tradicionales del mercado, se le sumaron decenas de nuevas propuestas elaboradas en las bodegas más reconocidas del país. Y todo indica que como el vermú llegó para quedarse, ya que las nuevas generaciones valoran sus sabores naturales y frescos (por los ingredientes utilizados en la maceración) y que en su consumo se ingiere menos alcohol (porque se combina con hielo y soda), esta tendencia va a seguir creciendo y la oferta será cada vez mayor.