Mientras muchos se preocupan por simplificarlo para atraer consumidores de todos lados, otros traspasan las barreras de la imaginación en pos de demostrar cuán complejos y sofisticados pueden llegar a ser los vinos. Pero la realidad es una sola, el vino es vino, con todo lo que eso implica. Porque no solo es el líquido que sale de las botellas y pasa por las copas antes de ser bebido. Para el consumidor, el vino es parte de un momento, de un entorno con compañía y estados de ánimos particulares, acompañado de platos diversos, servidos a distintas temperaturas. Todo eso influye en la opinión sobre un vino. Y si en ese momento los planetas se alinean y el vino hace su trabajo, el recuerdo de esa etiqueta será muy agradable, y viceversa, aunque el vino siga siendo el mismo. Algo similar sucede con el tema del precio, ya que, por nuestra realidad, el valor de un vino (porque los vinos valen y no cuestan) se ha convertido en el atributo más importante para la mayoría, a pesar que no forma parte del producto en sí. Porque el precio no se toma y, por lo tanto, si un vino lo pagamos $1000 o $10000 sigue siendo el mismo, y la descripción de sus cualidades deberían diferenciarse del precio. No por ser un regalo una botella de vino mejora. En todo caso, la relación calidad-precio puede ser mejor o peor, pero el vino sigue siendo el mismo. Todo esto nos lleva a poner el foco en la calidad del vino a la hora de juzgarlo. Claro que el gusto personal es indiscutible y para cada cual el mejor vino puede llegar a ser el que más le guste. Pero los vinos tienen una calidad determinada, y esa calidad se puede mensurar y, por lo tanto, a partir de ese atributo realizar una comparación entre dos o más etiquetas y discutir sobre ella. Claro que la calidad tiene un límite, porque todos pueden apostar a obtener lo mejor, siendo el origen de la uva lo único que no se puede copiar del otro. Y solo algunas etiquetas consagradas pueden superar esa barrera y escalar en valor. Ahí, el límite de precios lo fija el mercado. Esto implica que los vinos de +$10000 compiten todos, de igual a igual en calidad, y lo que los diferencia es el significado, el prestigio, la exclusividad y la historia.
Pero, en definitiva, cuando dos vinos se cruzan en las copas, es la calidad la primera que habla. Luego se verá si las intenciones del hacedor coinciden con el mensaje y la expresión del vino. Dicho esto, no importa si el vino lo hace un enólogo viejito en su antigua bodega, o uno joven comprando uvas de un lugar y vinificando donde puede, o proviene de una bodega boutique o de una bodega consagrada, ya sea tradicional o moderna. El vino es vino y por eso, un sano ejercicio es entenderlo primero como tal. Y si tiene rusticidades, poder entenderlas sin justificarlas porque se trate de un pequeño productor. Como tampoco destacar el carácter sobresaliente de una etiqueta famosa cuando no se lo percibe. Cada uno sabe si se deja influenciar o no, pero en esa primera impresión, en ese primer contacto entre vino y persona, el vino es vino, y puede decir muchas cosas, fundamentales para entenderlo.
Los buenos vinos son el reflejo de un lugar, mejor dicho, de la interpretación de un lugar por parte de un hacedor y su equipo. Bienvenida sea la diversidad que permite el vino, con sus paisajes, suelos y climas, pero el vino sigue siendo vino. Y esto no es una simplicidad, en todo caso como decía Da Vinci; la simplicidad es la máxima sofisticación. Por eso existen vinos correctos, buenos vinos, muy buenos vinos, vinos excelentes y grandes vinos.