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En 20 años, la provincia de Buenos Aires pasó de tener un solo viñedo a 48

Trapiche Costa & Pampa por ejemplo (foto), forma parte del Grupo Peñaflor, que hizo pie en la costa atlántica hace casi quince años cuando descubrió el potencial de los terrenos circundantes a la histórica Estancia Isabel, en Chapadmalal, a solo 6 kilómetros del mar.

Hablar de vinos bonaerenses es asomarse a las historias de diversos emprendimientos desparramados en distintos puntos y nacidos con diferentes motivaciones y objetivos pero que, cada uno a su modo, va haciéndose notar.

¿Y qué vinos dan estas tierras? Tan variados como la geografía que los abarca, desde la costa atlántica, pasando por las sierras hasta el área metropolitana, a pocos kilómetros del obelisco.

Es así que en veinte años, la provincia de Buenos Aires pasó de un solo viñedo en 2002 a 48, con más de 160 hectáreas productivas.

El regreso de los vinos bonaerenses, “prohibidos” durante décadas

No es que la viticultura haya sido un descubrimiento reciente para esta región, pero sí fue una actividad prohibida durante gran parte del siglo XX a partir de la intervención del Estado en la regulación de los cultivos por áreas, lo que hizo que el desarrollo se concentrara principalmente en Cuyo.

A partir de la derogación de aquellas leyes restrictivas (la más conocida, la 12.137, de 1934) en los años 90 se liberó la plantación de la vid y, lentamente, comenzó a revivir una tradición casi olvidada en la provincia.

Así surgieron los primeros e incipientes proyectos de la década 2000-2010, como el de Bodegas Al Este, en Médanos (a 40 kilómetros de Bahía Blanca), Saldungaray, en Sierra de la Ventana o Cordón Blanco, en Tandil.

Al Este, fundada por el ingeniero agrónomo Daniel Di Nucci, contó en sus inicios con el asesoramiento del enólogo italiano Alberto Antonini y fue la primera en captar la atención internacional cuando su Terrasabbia Chardonnay 2008 ganó la medalla de plata en los premios Decanter. Hoy tiene una capacidad de producción de 180 mil litros anuales de Malbec, Cabernet Sauvignon, Merlot y Tannat.

También ha crecido su “vecina” Saldungaray, que con 12 hectáreas plantadas produce unas 45 mil botellas por año de su etiqueta Ventania (Malbec, Cabernet Franc, un blend y un espumante). Ambas apuestan, además, y como muchas otras, al enoturismo, como un modo de dar a conocer el entorno donde se generan los vinos.

En los últimos años, el mapa del vino bonaerense se expandió principalmente con propuestas de producción artesanal o boutique, pero también irrumpieron inversores que cambiaron el foco del consumidor al que apuntan, lo que incide en el estilo, la calidad y los precios, que pueden oscilar entre $ 1.200 y hasta $ 15.000.

Trapiche Costa & Pampa, por ejemplo, forma parte del Grupo Peñaflor, que hizo pie en la costa atlántica hace casi quince años cuando descubrió el potencial de los terrenos circundantes a la histórica Estancia Isabel, en Chapadmalal, a solo 6 kilómetros del mar.

El equipo enológico viene desarrollando un largo trabajo de estudio del suelo y el clima que le permitió determinar qué cepas lograrían aquí su mejor expresión. En este caso, probaron y comprobaron que no convenía ir por los tintos con cuerpo como el Malbec o el Cabernet Sauvignon.

“Apostamos a los blancos porque nos dimos cuenta de que las variedades con ciclos cortos de maduración eran las que mejor se adaptaban a la zona y fuimos por ese camino”, explica el enólogo Ezequiel Ortego. Y parece que no se equivoca. El crítico Tim Atkin, por ejemplo, se declaró “enorme fan” de su Albariño, un varietal blanco que no abunda en Argentina y se da bien estas coordenadas.

Aunque los vinos se venden tanto a los visitantes que se acercan a la bodega como en vinotecas y restaurantes de todo el país, el 60% de su producción ya se exporta a Canadá, Reino Unido y Estados Unidos, y casi siempre se quedan cortos de stock.

Algo similar sucede con Puerta del Abra, ubicada en el partido de Balcarce (foto ), y propiedad del empresario Jorge Pérez Companc, que comenzó sus actividades en 2013 pero lanzó sus primeras añadas al mercado en 2022 apuntando alto. Solo elabora partidas limitadas de cepas como Riesling, Albariño, Cabernet Franc, Tannat, Pinot Noir y Bonarda. 

Con venta directa únicamente en la bodega a precios que van de los 6.700 a los 14.600 pesos la botella, son, por ahora, poco accesibles para el bolsillo promedio argentino, pero un buen ejemplo de los exponentes de alta gama que puede dar la provincia en terroirs hasta ahora inéditos.

Qué vinos bonaerenses probar y dónde

Andrea Donadio, ganadora del concurso Mejor Sommelier de Argentina 2022, celebra que los consumidores “salgan de la ‘burbuja’ de Cuyo, teniendo en cuenta que el vino es bebida nacional” y destaca que en esta ampliación del mapa del vino, Buenos Aires recupere su tradición y fomente el turismo.

A la hora de recomendar etiquetas, elige, el Insólito Pinot Noir de Puerta del Abra (“Mucha fruta fresca tanto roja como negra, notas terrosas, una acidez vibrante y largo final”) y, como Atkin, el Albariño de Costa & Pampa: “Perfecto para conocer una variedad que se muestra joven, cítrica y con una acidez muy refrescante. Ideal como aperitivo junto a frutos de mar”.

Joaquín Hidalgo, crítico de vinos del sitio especializado estadounidense Vinous, cree que el mayor potencial de la región está en los blancos, aunque también destaca los curiosos espumantes Prima Prova, elaborados con uvas italianas Glera y Moscato Giallo por la bodega Castel Conegliano en Batán, a 40 kilómetros de Mar del Plata (venta directa, www.castelconegliano.com).

Para los porteños que quieran hacer enoturismo bonaerense sin viajar demasiado, está la opción de Bodega Gamboa, ubicada en la localidad de Campana, a solo 80 kilómetros del centro de Buenos Aires. Allí se puede visitar los viñedos y probar la primera añada de Malbec, Pinot Noir y Cabernet Franc en el restaurante del lugar.

Y hay más. Sorpresas como Santé Vins, los tintos, blancos y naranjos de Martín Abenel, de Punta Alta (a 28 kilómetros de Bahía Blanca). Los elabora en el garage de su casa con uvas de productores cercanos y ya llegaron a las cartas de restaurantes y bares porteños como Aramburu, Lardito, Pan et Vin y Naranjo Bar, entre otros.

Prohibidos en el siglo XX, los vinos bonaerenses recuperaron su historia y están encontrando de a poco su propia identidad.

Fuente: Vinos y Bodegas (Clarín).

Foto interior: Wine MDQ