La diversidad es una de las banderas que flamea más alto en la vitivinicultura argentina. Pero más allá de las nuevas zonas de producción o métodos de elaboración, son las variedades las que siguen liderando las decisiones de compra, después de los precios. Hace 20 años, a casi nadie preocupaban los cepajes que componían los vinos. Pero luego del auge de los varietales, quedaron instaladas las uvas de prestigio internacional como Cabernet Sauvignon y Chardonnay, junto a las “autóctonas” Malbec, Bonarda y Torrontés. Rápidamente estas cuatro abrieron el juego para que surgieran otras como Cabernet Franc, Sauvignon Blanc, Merlot, Syrah, Semillon, Tannat y Petit Verdot, entre otras. Pero recientemente han surgido raros vinos nuevos que desafían todo lo conocido hasta ahora.
Blancos de uvas francesas, italianas y españolas como Marsanne, Roussanne, Albariño, Tocai, Fiano o Verdejo; y tintos varios, sobre todo inspirados en el Ródano francés. Pueden ser varietales o blends con Garnacha, Monastrell (o Mourvédre). Pero también hay de otras zonas como la Trousseau o incluso de Italia como Lambrusco y Nero D’avola. En general proponen algo diferente en las copas, con sus aromas y texturas originales, sabores bien distintos al carácter frutal y especiado al cual el consumidor está acostumbrado, y concentraciones más moderadas en general.
Pero hay otros nuevos vinos que asoman a partir de cepas que estaban casi olvidadas. La única realmente autóctona; Criolla, por ejemplo, que da un vino que combina lo mejor de un blanco y un tinto, pero no es un rosado. Su aspecto es tenue y sus aromas no logran esconder su origen rústico, pero su paladar refrescante y vibrante lo convierten en una muy buena opción para comenzar una comida de manera original. Otra es la Sangiovese, que poco a poco está recuperando protagonismo de la mano de tintos que respetan su esencia de tinto liviano pensado para la mesa. Y en blancos, el trabajo que están haciendo algunos recuperando las Moscateles y la Malvasía es sorprendente. Con vinos refrescantes y muy expresivos, con una acidez punzante que les permite ser vinificados como blancos rosados o incluso naranjos.
Gustos son gustos, y cuando los vinos están bien elaborados el varietal pierde protagonismo ante el estilo del vino, aunque siempre sirve de excusa para atraer nuevos consumidores.