febrero 2, 2024

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Estambul, ni asiática ni europea, única.

Parte de dos continentes, frente a dos mares y capital de tres imperios. La ciudad cautiva a los viajeros.

Estambul se ofrece con dicotomías, es tanto de Asia como de Europa, dos mares la bañan, el de Mármara y el Negro, también son dos estilos de vidas los que muestra, el más tradicional turco y el moderno, es que la que fuera capital del imperio romano, bizantino y otomano. Está orgullosa del ayer, pero vive el hoy. Dividida en dos, por el estrecho del Bósforo, se abre sin secretos ante observadores atentos. Esos que perciben el caos en las callejuelas antiguas y en los mercados, ni qué hablar de las motos que esquivan a los distraídos como alfombras voladoras, aunque pronto se darán cuenta que el orden impera en esa ilusión de desbarajuste.

Ni bien se pone un pie en la ciudad, los aromas y sabores ofician de guía, indescifrables, antojadizos. Un té de menta antes de ingresar a Santa Sofía (Haya Sofía) la previa para deslumbrarse. Su espectacular edificación fue levantada por el emperador romano Justiniano en el 532 y desde aquellos días es un milagro que la cúpula de 32 metros de diámetro permanezca en su lugar. Por ello, columnas, pilotes y refuerzos colocados en diferentes épocas mantienen el templo de inmensas placas de mármol y arañas, en pie. Fue iglesia católica, más tarde museo y recientemente se instauró nuevamente como mezquita. Al ver el mármol ondulado, resistiendo la estructura bajo los pies, sabemos que la divinidad de cualquier creencia la habita.

Dátiles, hay carritos callejeros que los venden en conos de papel, otro peldaño a las tradiciones de Turquía. Los desgustamos mientras cruzamos la explanada hasta la Mezquita Azúl. Antes de ingresar los hombres se lavan manos, cara y pies con dedicación en una pilastra con varios grifos, así se purifican. Las mujeres musulmanas disponen de un sitio definido al final de la mezquita, separado por una baranda de madera tallada, allí sobre la infinita alfombra expresan su fe ataviadas de negro con ojos y manos al descubierto, hay algunas que solo cubren el cabello. Todas, incluso las turistas, debemos respetar las normas con piernas y cabezas tapadas. Los 43 metros de altura con esas lámparas colgantes casi etéreas, sitúan en un espacio sin tiempo. Sus 20 mil azulejos de Aznik dan el talante de la suntuosidad del templo en que sólo se escuchan las oraciones a horarios definidos, luego el silencio para encontrarse con uno mismo. Sobre los seis minaretes, consulten.

La Sisterna Basílica, de Yerebatán o Palacio Sumergido, es una obra de arte de tiempos romanos, testimonio de los acueductos que dejaron como herencia. En un comienzo juntaba agua para el gran palacio. Sólo bajar 52 escalones para observar 336 columnas de mármol y sus bóvedas, en 9.800 m2 que se reflejan en el agua provocando un efecto visual de ensueño bajo las doradas luminarias. Las pasarelas facilitan conocer el palacete subterráneo hasta alcanzar la perlita del lugar, la cabeza de Medusa, colocada al revés, “queremos seguir siendo carne, hueso y alma”, pensaron los constructores, adherimos a la moción. A la salida, un choclo tostado del puesto de la esquina, para continuar paladeando la ciudad histórica.

Es bueno abordar el Palacio Topkapi, por las mañanas. La visita dura lo que el viajero pretenda, son varias edificaciones que atesoran impresionantes objetos preciosos, estandarte del poderío otomano. Más precisamente cuatro siglos de imperio en 700.000 m2. El harén, los Aposentos del Sultán, el salón de armas y armaduras, reliquias sagradas islámicas y el Tesoro de Topkapi con el Diamante de Cuchara de 86 quilates. Los detalles son los que nos retrasan, la perfección que buscaban desde puertas y paredes hasta obras de arte, merecen nuestro tiempo. A poco tuestan frutos secos, allá vamos.

En sus marcas, listos… ¡Alto! no olviden regatear. Nunca paguen el primer precio que les dicen, es considerada una falta de respeto. Ahora sí, listos… ¡ya!. Ingresamos al Gran Bazar, hay que respirar, ordenarse un poco, porque saber entrar y salir no será fácil, cubre unas 64 calles. Lámparas de vidrio y de Aladino, alfombras, pashminas, almohadones bordados, cerámicas, sahumerios, cajas de especias, vestimenta típica, bijou y joyería, dulces caseros y todo lo que occidente también brinda: camisetas de Messi del PSG y de Argentina, banderines del Real Madrid, juguetes a pila y artesanía realizada en poblados lejanos, como los fanales de metal, mantas y puntillas, y cuanto se le ocurra. Atentos, piensen en las valijas… hay que regresar a casa. Lo imprescindible: comer kebabs en los diminutos restaurantes del interior con mesas y banquillos petisos, como uno más de los habitués. 

Previo al Bazar de las Especias, un puesto ofrece helados artesanales de leche de cabra, colores vibrantes de productos naturales, una tentación a la que nos entregamos. Y ya frente al bazar, hay que elevar la cabeza, hay muchísima gente, no sólo viajeros sino habitantes que compran mucho de lo que utilizan en su vida cotidiana. Pilas de turrones de almendras, tabletas de caramelos a modo de Jenga, hierbas aromáticas que cuelgan en ramos y especias en forma de conos gigantes, (todo se ofrece empaquetado para el turista). Y el café, los jarritos de cobre en los que lo preparan, nos dejan hechizados, uno va para nuestra cocina. Las teteras de las novelas turcas están aquí y probar una infusión es preciso por aquí. 

Taksim es el corazón de la Estambul moderno, el lado comercial plagado de bares, restaurantes, tiendas de souvenir y hoteles. La peatonal Istiklal Caddesi, es la más famosa de la urbe, con Art Nouveau, iglesias, sinagogas y mezquitas cargadas de historia con aires nuevos. Aquí también un cafecito o té en los que además se fuma narguile, con pastelería auténtica, la parada necesaria.

Cenar bajo el puente Gálata, donde traen a la mesa pescados y moluscos crudos para elegir para el banquete con vinos o anís; navegar por el Bósforo (que separa al Mar de Mármara del Mar Negro) y ver recortadas en el horizonte las cúpulas y los minaretes de las mezquitas es un placer. El juego, identificar el Palacio de Dolmabahce, la Mezquita Ortakoy, la Fortaleza de Rumeli, y más tarde, caminar por el lado asiático hacia la Torre Gálata (1348) que permite una panorámica en 360°. Asistir a un espectáculo de derviches giratorios (baile), son capítulos de una estadía completa. 

Barrios de novelas turcas. Pues sí, los reconocerán, el Kuzguncuk, es dónde hacen los exteriores de los culebrones que se ven en la tv. Calles empedradas, casas de colores, ropa tendida en tender en los pórticos y ventanas, multicultural y multireligiosos. Karakoy es un barrio dedicado al arte, moderno y con mucha onda, un paseo para disfrutar de pe a pa. Advertencia: Can Jamán vive en Italia, no lo busquen.