enero 4, 2024

Mendoza - Argentina

Temperatura en Mendoza:

Mínima 19ºC | Máxima 31ºC

enero 4, 2024

Mendoza - Argentina

Temperatura

Mínima 19ºC | Máxima 31ºC

Fiambalá en lo alto de Catamarca

Le guardan las espaldas los Seismiles, las lagunas en derredor la vuelven onírica y su adobe, eterna.

En medio de la cordillera, en el reino de los Seismiles, donde el adobe reina y las manos de los habitantes bendicen con sapiencia ancestral vasijas, tejidos y tallados, también vinos, el trato ameno, de pocas palabras y todo el corazón, subyuga.

Al paraje, muchos llegan atraídos por los Seismiles, esos volcanes titánicos que superan los 6 mil metros sobre el nivel del mar, cercanos al Paso de San Francisco que lleva a Chile y a las termas; su colosal belleza, las aventuras a las que dan lugar en el camino, entre estrechas quebradas y gargantas rocosas, ya sea trekking, escalada, andinismo, 4×4 o turismo de contemplación, con infraestructura adecuada, son un llamador. Imaginen este dato: 

Se trata de la segunda zona más alta del mundo después del Cordón del Himalaya.

Pegadizo a la frontera, el poblado combina la quietud de sus calles, en derredor todas las cumbres y a poco los viñedos, que ya acaban su vendimia y fermentan sus caldos cada vez más afamados. Otro dato: la vitivinicultura es su principal fuente económica.

Por eso un paseo por una bodega, que dista de las mendocinas, pero compartimos idiosincrasia: de los que miran el cielo para rogar que llueva y en otras épocas para que no lo haga y que tampoco caigan piedras; del que toma los racimos y los acaricia cuando aún están verdes sus frutos, del que celebra el tono y el dulzor cuando se acerca la cosecha y vuelve a elevar la mirada, para agradecer.

Y la vuelta del perro es inevitable, por la plaza claro, la iglesia, la policía, la escuela, la Municipalidad, como debe ser. En toda edificación el adobe dice presente, delatando la edad de los muros, algunos con más de 2 siglos encima, como el templo parte de la Ruta del Adobe que engalana Catamarca.

Algunas casas con artesanías y vinos, otras con tejidos, las despensas y los locales de turismo por donde los gringos pululan.

Un primer encuentro con la exquisitez de la creación nos llevará a otro paraje, Laguna Verde, para extasiarnos y sacar mil fotos, al día siguiente la Reserva de la Biosfera laguna Blanca, con sus vicuñas ancestrales protegidas por los pobladores y leyes para que nunca abandonen los Andes. 

Y de regreso a Fiambalá, nos despertamos con una meta, aguas calientes. La salida hacia las termas muestra a la cordillera de fondo, pronto el panorama se modifica y lo desértico se apodera de la visual. Arena y dunas, una invitación a perderse en sus dominios, a jugar se ha dicho.  

Tras el momento lúdico, a unos 10 km las termas. Son 14 piletones escondidos en la grieta de la montaña para disfrutar de baños curativos durante todo el año y a cualquier hora. Las temperaturas oscilan entre 30° y 50°, y los servicios de alojamientos y restaurantes complementan la estadía saludable.

Pero hay más para otra jornada, Fiambalá es el último centro de servicios antes del Paso de San Francisco -150 kilómetros-, que lleva a Chile y a los paisajes más exquisitos de la región.

Es la Ruta Nacional 60 la que hace del asfalto una línea casi onírica en medio de tanta prístina naturaleza. Quebradas, paredones, cuevas, la silueta de los ríos Guanchín y Chaschuil en un largo trecho. Más tarde, los colores se hacen lugar entre cerros y llanos, entre puestos y llamas. En un ascenso sin descanso se toca el suelo a 4.500 metros de altura, allá en el paso hacia Chile..

El aire se hace escaso, los movimientos más lentos, pero la capacidad de sorpresa no disminuye. Eternas nieves sobre el azul lejano de las cumbres más altas y los contrastes de las laderas que aparecen cercanas, entre el marrón y los ocres. Los Seismiles, 14 ellos, se pueden contar, y quizá no se note pero es el Pissis el que los lidera.

Es considerado el volcán más alto del mundo y la segunda montaña más alta de América -sólo superada por nuestro Aconcagua-. Allí mismo se vive uno de esos momentos que se eternizan en los recuerdos de viajes, en los cuales la inmensidad no empequeñece sino que obliga a agradecer al cielo, estar tan cerca.