Guillermo Corona nació en Mendoza y estudió en el Liceo Agrícola pero, al contrario que la mayoría de sus compañeros de secundaría, no eligió ni Enología ni Agronomía. Prefirió irse a San Juan a estudiar Geofísica. Luego, vivió en Buenos Aires y durante años viajó por el mundo dedicado al petróleo sin imaginarse que varios años después se convertiría en una referencia sobre el estudio de suelos en las principales zonas vitivinícolas argentinas.
En 2014 volvió a vivir a su Mendoza natal y en un asado con amigos (la mayoría enólogos y agrónomos) comenzaron a preguntarle sobre suelos. Fue en los comienzos en que la industria del vino argentino y sus profesionales empezaban a profundizar el estudio de suelos de manera exhaustiva.
“En el ámbito privado me dedico al petróleo y en mi tiempo libre empecé a “jugar” en el mundo del vino y a tratar de entender los mapas de cada una de las regiones. Dentro de mi grupo de amigos íntimos hay varios enólogos y agrónomos entonces siempre se habla sobre vinos. Cuando volví a Mendoza en el 2014 me empezaron a preguntar repentinamente por el tema suelos…
¿Así nació Geografía del vino?
Comencé a darles una mano a mis amigos y paralelamente tenía un blog y una página de Facebook que se llamaba Geografía y Geología de Mendoza. De hecho el perfil @geografíadelvino de Instagram es lo último que hice, en agosto del 2018. Dije voy a empezar a publicar ahí y ver si tiene tracción. Y sobre todo entender si a alguien le parecía interesante el contenido. Después me entusiasmé y terminé escribiendo un libro (risas).
Más allá de ayudar a tus amigos, ¿Cómo veías a la industria en ese momento respecto al estudio de suelos?
Supongo que había mucho interés en conocer los lugares. Se decían muchas cosas que no eran del todo precisas. Nadie estaba muy seguro de lo que sabía o decían. entonces Creo que algunos pensaron que podía darles una mano en relación a lo que decían sobre sus fincas o el lugar donde tenían viñedos. Creo que viene por ahí la mano, simplemente es eso. Si no hubiera sido yo, quizás hubiera sido otro. Simplemente estuve en ese momento.
¿Cómo fue el proceso de fusionar tus conocimientos con los del mundo del vino?
Había estudiado las zonas vitivinícolas, pero la verdad no con el interés de la industria en los primeros dos metros de suelos. Al principio yo hablaba un lenguaje y la industria otro. Eso es lo que te termina pasando cuando tratás de unir los dos mundos. Al poco tiempo me di cuenta que ellos no iban a hablar mi lenguaje, porque tampoco les interesaba. Yo debía aprender a leer el lenguaje de ellos y hablar su mismo idioma técnico. Inicialmente recorrí muchas viñas con agrónomos y comencé a aprender. En un viñedo veía sólo las piedras, no veía la viña, no sabía qué sistema de conducción había, nada. No es que ahora soy Agrónomo, pero con tantas horas caminando los viñedos algo voy aprendiendo.
¿Qué te pedían en los asesoramientos?
Me decían, necesito saber qué es lo que está afectando el crecimiento o el comportamiento de la planta. Tratamos de apuntar a ver cuáles eran las variables dentro de lo que podíamos ver en el suelo que estaban afectando las viñas. Por ejemplo, la profundidad de la piedra, sedimentos finos que tenés arriba, el famoso carbonato. Y entender la variación dentro de las propiedades. Obviamente uno estudia una finca para entender que hay adentro. En los detalles está el diferencial de mejora, es por ahí el camino.
Antes hablaste que ese “juego” terminó en un libro llamado “La Geografía del vino” que en su momento generó bastante revuelo en la industria.
Al libro nunca lo hice para un consumidor de vinos. Quería hacer una guía para enólogos que tuvieran mucho interés en ciertos temas. De hecho, no hablo de vinos ni de sus características…porque no tengo los conocimientos. El libro también es para aquel que sabe leer un negocio inmobiliario. Si lees entre líneas hablo sobre algunos sectores donde valdría la pena invertir para hacer viñedos.
¿Cuáles serían esos lugares que te llamaron la atención?
Hay un lugar que me sigue fascinando que es el sur de Mendoza. En el extremo sur se encuentra Malargüe y allí hay una región volcánica que se llama la Payunia con más de 1000 conos volcánicos en un sector que parece lunar. Yo andaba muchísimo por ahí y hay una zona donde baja el agua y donde se podría plantar potencialmente viña en suelo basáltico, llamémosle así. Son suelos volcánicos, suelos negros que se pueden ver en otras partes del mundo. Creo que ese es un gran lugar, lo tengo acá en la cabeza. Tiene agua y disponibilidad de tierra. El tema de esos lugares es que son muy inhóspitos lo más importante. Lo más difícil es encontrar mano de obra de gente que sostenga el viñedo. Creo que ese lugar es algo muy diferente a lo que tenemos en todo Argentina. También me gustaría que se plantara mucho más en la costa atlántica, creo que la gente de Buenos Aires no se está dando cuenta del todo el potencial que tiene. En particular la conjunción de la Costa Atlántica y Sierra de los Padres donde tenés clima y suelo. Esa zona es una bomba…
En los últimos años se formaron varias Indicaciones Geográficas, ¿Son el camino a seguir?
Creo que hay que apoyarlas, pero creo que no lo deberían hacer los productores del lugar, sino un organismo. Porque entras en conflicto con los vecinos. Después como privado tenés que “bancar” todos los estudios y presentarlo al INV, que es un organismo que te va a decir si te lo aprueba o no. Además, en la inmensa mayoría de los casos se han hecho las cosas bien y serias. Pero ha habido algunos desajustes que son naturales porque la industria creció tan rápido, que hace 20 años no hablábamos de IG. Se ha hecho demasiado en muy poco tiempo y en ese apuro se pueden cometer imprecisiones que se están corrigiendo en el camino. Creo que está bueno el concepto de IG. No así el concepto de DOC (Denominación de Origen Controlada). Eso a mí no me parece correcto. Está tan apretado, por tener que producir tantos kilos por hectárea, etc…Creo que es impracticable acá…