Es cierto que hay mucha gente que “dice” que el vino no le gusta. Y si bien hay que respetar todas las opiniones personales, también hay que reconocer que hace falta probar muchos vinos para llegar a una conclusión tan contundente en un tema tan amplio. Pero hablemos de los consumidores de vinos, sin importar si les gustan más o menos, si toman más o menos, porque todos son consumidores.
Para todos ellos, el éxito del vino está dado en una sumatoria de factores o una alineación de planetas; cuantos más planetas alineados, mejor será la valoración de ese vino. O sea, que le habrá gustado más. Claro que, para la mayoría, muchos de esos factores pasan desapercibidos, aunque sean influyentes.
El ambiente, por empezar, es muy importante, ya que si es agradable las sensaciones serán mejor percibidas. Eso incluye la temperatura, la música, el confort del lugar. La comida lógicamente, porque es la excusa que usa la mayoría para descorchar un vino, y por eso hay que cuidar ciertos detalles más allá de tener en cuenta el maridaje. Las copas también juegan un papel fundamental, tanto como la temperatura de servicio del vino. La compañía también hará de ese momento un momento más o menos importante en nuestras vidas, y, por ende, influirá en la opinión final del vino.
Y si bien no le hemos nombrado, también el vino es importante, no tanto por su calidad, ya que hoy es una obligación de toda etiqueta que sale al mercado, sino por sus pretensiones de ir un paso más allá, y no solo gustar, sino también golear; los futboleros entienden bien a qué me refiero.
Pero hay algo mucho más importante, y que explica por sí solo y en la mayoría de los casos, por qué un vino gusta más que otro, e incluso, por qué puede llegar a emocionar. Y esto no tiene que ver con la capacidad de degustar del consumidor, ya que no hace falta saber nada para disfrutar una copa de vino, pero si tener buena predisposición para poder interpretar el mensaje en la botella que cada hacedor crea. En primer lugar, significa que el vino guste. Pero la clave para entender por qué gusta más, más allá que se den bien varios de los factores antes detallados, está en nosotros, en nuestra naturaleza de sentir los aromas y sabores. Gracias al acceso directo del olfato al sistema límbico del cerebro los recuerdos ligados a la comida y bebidas son intensos debido a su conexión con los sentidos del gusto y el olfato. Esto quiere decir que un aroma o un gusto puede transportarnos a otro tiempo, despertando recuerdos que quedan grabados en nuestra mente. Como el bulbo olfatorio tiene un acceso directo al sistema límbico, responsable de la memoria y las emociones, el sentido del olfato provoca respuestas emocionales rápidas, superando a otros estímulos sensoriales y activando una red neuronal que incluye la amígdala y el hipocampo, lo que permite la evocación de recuerdos detallados y emocionalmente cargados. Esta reacción se debe a la proximidad del bulbo olfatorio a las áreas cerebrales vinculadas con la memoria, tal como explicó Belén Marinone en su nota de Infobae.
Esto explica el por qué el vino no es mágico, sino que, gracias a sus expresiones, primero aromáticas y luego retronasales, de sabores y texturas, agita nuestra memoria, sin que nosotros lo sepamos. Por eso el vino tiene la capacidad de emocionar, porque activa áreas del cerebro vinculadas a las emociones y la memoria.
El secreto de esta poderosa conexión está en el bulbo olfatorio, ubicado muy cerca de las áreas del cerebro que manejan la memoria y las emociones. A diferencia de otros sentidos, el gusto y el olfato tienen un camino directo al sistema límbico, la parte del cerebro donde se guardan los recuerdos más profundos. Por eso, basta con que un aroma del vino destape un recuerdo grabado en la memoria para emocionarse y asegurar el éxito del vino.