La mayoría de los amantes del vino gusta de disfrutar otras bebidas con alcohol, y las eligen de acuerdo al momento, a la ocasión de consumo. Es así que, más allá de las preferencias, en general la cerveza es la elegida para beber a cualquier hora del día y situación, los tragos y aperitivos antes de sentarse a la mesa, los vinos para acompañar las comidas y las espirituosas para el after dinner. Y en ese largo y entretenido recorrido que es la vida, cada cual va forjando su paladar, sus gustos y su cultura.
En mi caso, el vino y su “inabarcabilidad” es lo que me fascina, ya que es la única bebida tan diversa que uno nunca va terminar de conocer, porque no solo en cada botella el vino sigue vivo, sino que cada año se renueva todo con las cosechas. Pero fuera de la mesa pierde su gracia, más allá que hoy existen ocasiones más informales para disfrutarlo, como ferias y degustaciones. A la cerveza la tengo bien interpretada, y la uso cuando mi paladar (y mi cuerpo) necesita refrescarse. Eso sí, debe ser una ocasión descontracturada. Los aperitivos me parecen la mejor bebida para disfrutar antes de sentarse a la mesa, pero más en situaciones familiares y de amigos, es decir, en un entorno más casero.
Pero mi “noche gastro perfecto” comienza en la barra del restaurante con un Negroni, para mí, el mejor trago que existe. Claro que es totalmente subjetiva la elección y que mucho tienen que ver mi italianeidad genética, pero más mis costumbres. Porque el cóctel clásico más vendido del mundo por segundo año consecutivo es el que más me gusta. Su corazón es el Campari, otra bebida fascinante con una rica historia. El Negroni es contundente y complejo, pero a la vez brillante y ligero. Como todo clásico, su esencia es simple: partes iguales de gin, vermut dulce rojo, y Campari. Sus orígenes son controvertidos y tienen que ver con el pedido de un conde ganadero italiano de incluir más alcohol en su aperitivo: Camillo Negroni había regresado a su Florencia natal tras viajes por Estados Unidos, donde era un habitué del Americano, una sencilla mezcla de Campari, vermut dulce y soda. Pero él necesitaba más carácter en esa bebida, y se acercó a la barra del Caffé Casoni alrededor de 1919 para pedirle al camarero Fosco Scarselli que le añadiera ginebra. La leyenda cuenta que Scarselli le dio su propio toque, sustituyendo la habitual guarnición de limón por naranja. Así nació uno de los dos tragos más famosos del mundo.
Yo, desde hace años que lo elegí para disfrutar antes de sentarme a una mesa; aunque también como bajativo o en los bares. Porque no solo me sirve como aperitivo, sino me predispone mejor para lo que va a venir. Claro que es fuerte porque está compuesto de tres bebidas alcohólicas. Pero si está bien elaborado y refrescado con un gran hielo, es la medida perfecta para limpiar el paladar y despertar las papilas gustativas en la previa de un festín de manjares. En el Negroni se combina como en ningún otro trago la mayor cantidad de sensaciones, dulzor, amargor y frescura, más allá de su elegante apariencia.
Cada uno elige ser clásico o innovador; en mi caso, soy clásico. Y esta metodología, la de pedir siempre un Negroni en un bar o antes de la cena si el restaurante lo permite, es ideal para medir la calidad de la barra. Porque más allá del tipo de gin utilizado (mejor uno lo más neutro posible), el vermut rosso y obviamente siempre el Campari, en general el Negroni sabe siempre a Negroni. Pero hay muchas cosas que este clásico puede mostrar del lugar. El vaso, clave. Debe tener boca ancha tipo whisky, pero a su vez fina, mejor de cristal. EL hielo, más clave aún, Mejor una piedra grande. Puede o no ser batido (o mezclado) en la coctelera previamente (con o sin hielo), depende del bartender y de las preferencias del que lo pida, si se anima a decírselo. Yo lo prefiero construido en el mismo vaso.
Como decía Da Vinci, “la simpleza es la máxima sofisticación”. Así es el Negroni, por eso me sirve de lupa para medir la calidad de un establecimiento gastro, ya sea bar o restaurante, antes de seguir pidiendo. Si el Negroni está bien hecho, no falla. Pero si no, mejor cancelar la reserva e ir a otro lado a cenar.