Sus orígenes vitivinícolas comienzan en el siglo pasado, por una de sus abuelas. En 1870 la familia Dickinson, radicada en Salto (Uruguay) contaba con 500 hectáreas en la zona (principalmente de tannat entre otras variedades). Casi cien años después, en 1980, su abuela, Gladys Dickinson Niven junto a su padre, el Ingeniero Agrónomo, Marcos Niven compraron una finca en Junín (al este de Mendoza). El objetivo era elaborar y producir vinos a granel. Era una propiedad centenaria, cuyas tierras alguna vez fueron del General San Martín.
Pero a pesar de semejante historia, a Lucas (de 18 años) le gustaban la arquitectura, el diseño y la construcción…Pero al final del cuento la sangre de viticultores pudo más y terminó estudiando enología. “Tuve dudas. La verdad es que siempre me gustó mucho la construcción y me encanta la arquitectura. Sabía que el vino y el campo eran una pasión, porque lo traía incorporado. Pero no sabía que elegir. También quería jugar al fútbol, (risas). Era un chico de 18 años que no sabía que quería. Además, el contexto era el de un país revolucionado por la crisis de 2001”.
Finalmente estudió enología pero reconoce que: “actualmente, cuando hacemos alguna obra en la bodega, me meto en todo. En las restauraciones de los galpones, en cómo ordenar y remodelar. Todo en conjunto a mi “vieja”. Creo que la restauración y la construcción son mi otra pasión”.
-¿Dónde empezaste a trabajar?
Siempre trabajé en la finca con mi familia. Pero ahí no me podía desarrollar como enólogo, entonces tuve que salir afuera a remarla. El negocio del vino a granel es bastante duro y además nos tocaron unos años difíciles. Mientras estudiaba salí a buscar trabajo afuera. Empecé trabajando a los 20 años en Dolium, donde estaban Paul Hobbes y Luis Barraud.
¿Trabajaste en Catena Zapata también?
Al año conseguí trabajo en Cadena Zapata, en el área de investigación y desarrollo. Todo esto mientras seguía estudiando enología. Lo de Catena fue una experiencia que marcó mi carrera. Ellos me pagaron una maestría en la Universidad de Cuyo y un intercambio de 10 meses en el Montpellier (Francia). Además, viajé por Estados Unidos vendiendo vino y trabajando en bodega Gallo (es una de las bodegas más grande del mundo). Estoy más que agradecido a la familia Catena, por la formación que me dieron. Incluso trabajé con grandes como Pepe Galante y el “Colo” Sejanovich. Me acuerdo de mis tiempos en Catena Zapata y me traen nostalgia, porque fue fantástico. Fue hermoso trabajar con el Ale Vigil y con un equipo de trabajo con el que se lograron un montón de cosas. Hacíamos dos mil microvinificaciones, estudiando cada terroir de la Argentina y que pasaba en cada lugar. Toda esta experiencia me abrió la cabeza, fue una expansión.
Contame como fueron esas experiencias en el exterior y ¿qué te dejaron?
-Fueron dos experiencias increíbles. La primera fue en Francia, en el INTA de allá. El director era Hernán Ojeda, un agrónomo mendocino muy groso. Me tocó trabajar con él 10 meses en la zona sur de Francia. El lugar se parece mucho a la zona este de Mendoza, por el volumen de producción y por la cantidad de variedades. Allí conocí todos los colores de garnacha: blanca, gris, tintorera y rosada. Uno de los primeros vinos que elaboré cuando volví fue una garnacha. Y también me abrió la cabeza con el marselán, una variedad que tengo en muchos proyectos de la Quebrada de Humahuaca. Fue conocer otro mundo. Sobre todo de vinos sin tanta madera, que era algo muy normal en los malbecs argentinos de ese tiempo.
Y en Estados Unidos, ¿Cómo te fue?
Me tocó irme a Estados Unidos con la empresa de Gallo, una de las bodegas más grande del mundo. Ellos pueden hacer vino muy comerciales, pero vi cosas infernales. Millones de litros de vino. Tienen fábrica de vidrio. Ellos mismos fabrican sus etiquetas. El dueño llegaba en helicóptero a la bodega, era todo increíble. Pero lo que me gustó mucho fue la forma de vender vino que tienen: muy linda, muy simple y sencilla. Los negocios se cierran muy rápido. Iba con mi bolso con vinos, servía y ahí nomás el cliente decidía quería. Agarraba mis botellas y me iba a otra vinoteca y seguíamos haciendo negocios. Fue una gran experiencia comercial.
Hablemos de la bodega familiar, ¿Cómo arranca Bodega Niven como la conocemos actualmente?
La bodega siempre hizo vinos a granel. Mis papás hicieron intentos de vender en botella en 1998, pero no lo pudieron culminar. En el año 2009 empecé a intentarlo con la familia. Pero recién en el 2012 hicimos un muy buen vino malbec de Gualtallary. Eran 10 barricas y lo elaboramos con ayuda de diferentes actores de la industria. Uno de ellos fue Alejandro Vigil. Él siempre me apoyó y me dio una mano muy grande. Vendría a ser como mi papá enológico, o al menos lo siento así.
La verdad es que elaborar vinos en botella fue un camino de ida. Actualmente casi no producimos vinos a granel. Nos concentramos en lo que es el fraccionamiento. De 2700 botellas hoy pasamos a casi casi 200.000. Son 45 etiquetas de vinos que vendemos en toda Argentina (con exportaciones a distintas partes del mundo). Bodega Niven se basa en tres pilares: la familia (muy importante), la tradición vitivinícola y los paisajes.
Hablemos de la Criolla y lo que significa para vos…
Tenemos el proyecto de Criollas, que es un proyecto muy importante. Ahí venimos trabajando de manera colaborativa con el INTA, tanto en el reconocimiento, como en estudiar nuestras levaduras nativas que fermentan estos vinos. La Criolla representa hoy 10 o 12 productos de nuestro portfolio. Tenemos: canela, criolla grande, rosado de criollas, el blanco de criollas y el Pet Nat de criollas. Hacemos mucho hincapié en la elaboración de vinos naturales en esa línea, vinos turbios, sin filtrar y naranjos. Es un mercado muy rico, un nicho. Es una enología muy tradicional y muy antigua, que realizamos con ánforas.
Hace años que hacés vinos en Jujuy, pero también en Rio Negro y en San Juan, contame un poco…
Es la línea Corazón Valiente, hoy estamos elaborando criollas de Purmamarca, Jujuy (son parras salvajes). Lo estamos exportando a Noruega y estamos súper contentos. Es uno de los vinos que más me gusta. Después tenemos un naranjo y un malbec de la Quebrada Humahuaca también. Corazón Valiente son los vinos que elaboramos con uvas están fuera de la provincia de Mendoza. En Jujuy tenemos una pequeña bodeguita en sociedad. En Río Negro estamos elaborando un pinot noir, un Gewurstraminer, un blend de tintas y un malbec. Todo eso del Alto Valle de Río Negro. Y por último hemos arrancado también hace unos tres años elaborando vinos de San Juan (del Valle de Calingasta). Ahí tenemos un malbec y este año vamos a elaborar algo de Cabernet Franc (de otra zona de San Juan). La perspectiva siempre es seguir conociendo los terroirs que venimos trabajando hace muchos años.
Hace un tiempo estabas atrás de lograr un sello para los vinos que provenían de viñedos centenarios y de tratar de frenar la destrucción de los mismos…
La “Asociación de Productores de Variedades Patrimoniales y Ancestrales” está en trámite. Y el sello también está en trámite. Ya tenemos el logo del sello y estamos trabajando en la parte legal. Siempre con las asociaciones de productores independientes y con el apoyo y aval del INTA en el sello. Ellos van a aportar institucionalidad al trabajo que estamos haciendo. El objetivo es que cada productor que esté en la asociación pueda recibir un sello de una variedad patrimonial y ancestral. Para esto hemos establecido un protocolo. Principalmente viniendo desde el viñedo, desde las variedades y la edad de los viñedos. Calculo que este 2025 sale sí o sí.