“La luz que puede ser oída”, ¿habrá una expresión más íntima para definir esa danza lumínica en el cielo que arrebata la razón, nos despoja de preconceptos y nos desnuda de cualquier sujeción?. Elevar la cabeza, intentar dar sentido a lo que los ojos perciben, dar lugar a la sinapsis, aunque permanezca la sensación de estar experimentando algo más intuitivo, sensible, originario. Un impulso vital, de natura y los seres que la habitamos, una conexión intrínseca con todo lo que es.
Estar parada en un espacio determinado del Polo Norte, en medio de la oscura noche, observar las luces que se mueven sin partitura, aparecen y se esfuman, ahí arriba, aquí, al alcance de mi mano, perderme en su sonoridad, reír hasta que los dientes se congelen y secarme las lágrimas, incontrolables, pues esta vivencia es manifestar el latido de gaia al ritmo del universo en mi pecho.
Un ratito más, un ratito más, clamamos, como cuando éramos niños y queríamos extender el juego. Habrá más noches como esta.
Las auroras boreales se forman cuando las explosiones y llamaradas solares alcanzan tal intensidad que derraman enormes cantidades de partículas al espacio. Al tomar contacto con el escudo magnético de la Tierra, son atraídas hacia una zona alrededor del Polo, conocida como el óvalo o cinturón de auroras, ingresan a la capa atmosférica y la energía que desprenden en esa colisión es lo que podemos ver como las luces del norte. Y este magnífico espectáculo sucede a sólo 100 km por encima nuestro. Poesía en el cielo, como dice la cultura Sami propia del Ártico y de Noruega. Precisamente ellos que conviven con las boreals desde tiempos inmemoriales, las resignifican, las dibujan en sus tambores chamánicos para las danzas tribales, para las festividades, pero además las conciben como la sabiduría de los antepasados. Para los vikingos, estas luces escurridizas eran las armaduras de las valquirias o vírgenes guerreras, protectoras.
Cierto es que buscando algún sentido, cientos de miles de personas de todo el mundo durante el verano nórdico, se acercan a cazar estos hechizos del firmamento. Hay muchos sitios para disfrutarlos desde diciembre a marzo. Uno de los más afamados se halla en la zona del cinturón boreal que atraviesa la isla y ciudad de Tromsø. Con todos los servicios para deleitarse el día y la noche. Grandes hoteles, pequeñas posadas, cruceros 5 estrellas o lanchas para salidas a pescar, todo es posible. Como comer las típicas barritas de carne de reno del súper o un guiso en una tienda con una familia sami, donde estos animales representan la subsistencia. No sólo utilizan la piel y la carne sino que son medio de transporte y sostén económico. Paseos en trineos tirados por perros o en los más modernos del mercado por las áreas remotas del Ártico para reunir a los animales, y luego escuchar la música que los nativos interpretan mientras se espera a la Dama Verde, es de esas experiencias que nos harán retornar a casa diferentes.
Auroras en cartelera
Es factible ver haces blancos en un comienzo, verdes después en la inmensidad nocturna. A veces caen como una cortina eléctrica, estridente, otras apenas como una luz tenue que se esparce a modo de polvo de estrellas. En ciertas ocasiones presumen un toque de rosa en los bordes y ocasionalmente violeta en el centro. Nos dicen que también puede verse una especie de explosión final o simplemente desaparecer sin aviso, como un guiño para los espectadores.
La primera aproximación a las luces del norte la hicimos en minivan, con un puñado de personas de 5 países, atentos al mapa satelital que traza el trayecto pués son las condiciones climáticas las que definen su aparición. Frío seco, sin nubes ni lluvias lo ideal. El negro se apoderó de las ventanillas y cada tanto algún poblado dibujaba su fisonomía en la costa. Las paradas son numerosas pués el cielo manda. En una de esas nos acercamos a un fiordo, colocamos las cámaras y esperamos. Primero en silencio, luego constatando las probabilidades en la Mac. A poco un pasajero convida vodka, y alguien grita que vió una aurora. Nos quedamos quietos, expectantes, chequeamos las cámaras. Nuevamente sin palabras hasta que todos al unísono expresamos en nuestros idiomas que ahí están, que son reales, que ningún relato les hace justicia.
Y ahí, en algún punto del mapa, en el lejano Ártico,10 personas registramos el instante único, efímero, exacto en el que la naturaleza desparrama su perfección para recordarnos la nuestra, quizá. Humildes ante la sapiencia de la creación abrazamos la oportunidad.
El cielo se convierte en tela y el fenómeno natural dibuja. Hay risas, hay alegría, hay gente concentrada en las fotos, otros simplemente quedamos girando con los brazos y el alma abiertos, con la cabeza colgando hacia atrás, el juicio esquivo, y los ojos puestos en la inmensidad, en el adentro, en vos, hoy.
Más información:
Excursiones: entre U$S 130 y U$S 200 promedio.
Alojamiento desde U$S 120.
Cerveza U$S 6. Guiso de reno, U$S 25. Cordero U$S 15.
Tromso, capital del Ártico. Con la fisonomía de una ciudad costera nórdica, de casas de madera y techos a dos aguas, amplios jardines y luces en cada rincón, aunque sea el día, porque las luminarias guían a los forasteros. Es la base para recorrer el polo, la hospitalidad es marca del sitio. Todos responden en tono afable a las consultas y no engañan: “Hoy no es buen día para hacer el crucero”. En lo más inhóspito, cuando la oscuridad se apodera del Norte, la hospitalidad se enciende y da señal de que las puertas están abiertas al visitante, de que hay calor adentro y una taza de café o sopa calentita. Definitivamente éste es el reino de la luz.