Tener diferentes copas para vinos puede ser útil. Porque si bien el vino se puede disfrutar hasta en vasos, hay diseños que están pensados para exaltar sus cualidades y diferencias. No por casualidad las de Champagne son de boca fina y altas. Para que la nariz no entre y no se respire el CO2 (que hace picar), a la vez que retiene más burbujas. Las de vino blanco suelen ser más pequeñas porque mantienen mejor la temperatura. Las de tintos suelen tener un cáliz (parte superior) más ancho, así la superficie de contacto con el aire del vino es mayor. Y más cerrada en su boca para retener los aromas cuando se gira la copa. Para vinos naturalmente más ácidos (Borgoña, Riesling) la boca es cerrada e incluso con el labio hacia afuera. Esto permitirá al vino entrar a la boca por la parte donde más se capta lo dulce (punta de la lengua), y así atenuar el impacto de la acidez. Por el contrario, para vinos más voluptuosos (Burdeos, Syrah) las copas de boca ancha y borde fino, invitarán al vino a entrar por el centro y derramar hacia los costados, para tener una sensación cabal de sus texturas y sabores más refrescantes.

Cabe destacar que degustar un vino es muy fácil, ya que significa beberlo conscientemente, pensando en lo que se está haciendo. Nada más. Y los tres pasos de la cata son conocidos: vista, olfato y gusto. Pero muchas veces, el más importante es el menos apreciado por el consumidor; el olfato.
Respirar el vino es fundamental decía Brascó; olerlo con ganas y sentirlo; y todo eso se aprecia más y mejor con las copas adecuadas. A diferencia del agua, el vino tiene muchos aromas que, sumados a los gustos, forman los sabores del vino. Es por ello que el olfato pasa a ser el sentido más importante. Es cierto que las intensidades varían, al igual que las calidades. Un vino que dice muchas cosas de golpe, por lo general no es muy bueno. En cambio, uno que susurra y que va soltando cositas, puede ser un gran vino. Equilibrio, profundidad y nitidez son atributos mucho más valorables que cualquier descriptor organoléptico (frutas, especias, roble, etc.). Porque cada uno encuentra en la copa lo que su mente recuerda; y eso es difícil de compartirlo, aunque eso no es lo importante. Porque cuando un vino tiene capas de aromas y sabores, que los va desplegando en las copas a medida que pasan los minutos, significa que es un gran vino. Y eso es lo importante, apreciar y darse cuenta que se está frente a un gran vino. Las copas también son útiles para mantener la temperatura ideal de cada vino por más tiempo, y a su vez hacen lucir más al vino. No solo porque lo elevan de la mesa (salvo las nuevas copas / vaso) sino también porque el cáliz se mantiene brillante, siempre y cuando la copa se agarre debidamente por el tallo.
A la hora de servirse un vino hay que tener en cuenta que detrás de dicha botella hay muchas manos que trabajaron para hacer de ese, un momento especial. El enólogo imagina su vino para ser consumido en copa, con buena compañía y con una rica comida. Es más, hasta servido a una temperatura adecuada.
En vinos vale todo, aunque sobre gustos hay mucho escrito en la materia. Pero nada más rico que una buena copa de vino servida a la temperatura adecuada; espumosos (6º), blancos y rosados (8º), tintos jóvenes (14º), tintos de guarda (18º).
Hoy, existen copas que se adaptan a todo tipo de vinos, pero también modelos adecuados para cada estilo, ya que resaltan diferentes atributos. Las de cristal importadas brindan una experiencia superadora, algo que muchos pueden disfrutar en las degustaciones y restaurantes de muchas bodegas.
La limpieza de las mismas también es muy importante porque, así como resaltan lo bueno, estas copas delatan lo malo. Por eso, siempre, antes de servirse o que le sirvan el vino, hay que oler las copas.