Pocos saben que cuando Napoleón III ordenó clasificar los viñedos de Burdeos, con motivo de la Feria Internacional de Paris de 1855, la uva más plantada era Malbec. En aquel entonces nacieron los Grand Cru Classé, muchos de los cuáles; 168 años después; siguen estando entre los mejores vinos de Francia y del mundo. Aquellos vinos elegidos en 1855 eran a base de Malbec, pero después en 1856 la filoxera devastó las viñas, y los productores prefirieron al robusto Cabernet Sauvignon para volver a empezar. Así nace su reinado en el mundo del vino.
Hoy, repasando la historia, se puede comprobar el origen noble del Malbec. Por suerte la visión de Sarmiento en 1853 hizo que Michel Aimé Pouget trajera varias estacas de vid, incluyendo muchas de Malbec.
El mundo ya asocia a este varietal con la Argentina y está muy bien que así sea. Esto no es casualidad, los números son elocuentes. Está muy bien defender la diversidad argentina, pero mucho mejor que hacer varios buenos vinos, es tener uno mejor del mundo. Y ese es el Malbec argentino, el mejor de todos.
Con esta premisa y con la prueba bebible de los mejores exponentes nacionales que lo tienen como protagonista se puede afirmar que este es el comienzo de una gran historia, que claramente tuvo una gran precuela, protagonizada por los que hicieron posible que el Malbec llegara al siglo XXI. También por los que apostaron a ella para conquistar los mercados de exportación cuando la Argentina era el 5to producto mundial pero no exportaba casi nada. Fueron veinte años de aprendizajes, de entender que el Malbec no solo era una cepa que “nadie” usaba en el mundo y que acá estaba muy plantada, sino que era el mejor vehículo para mostrar lugares y embotellar paisajes. Hoy, ya no sorprende que un Malbec logre los 100 puntos de la prensa internacional, porque esos vinos pueden sentarse a la meso con los mejores del mundo y competirles de igual a igual.
Los hacedores saben que ya no hay nada que envidiar, pero que queda mucho por hacer. Ya descubrieron zonas con suelos únicos y climas ideales, paisajes diversos que permiten vinos más diversos. Y cuando la calidad ya no es un valor agregado sino una obligación, aparece el Malbec con sus mil caras. Por qué hemos de quitarle el foco si el mundo recién lo empieza a conocer. Esto no implica dejar de hacer otros vinos que sea dan muy bien para solo elaborar Malbec, pero sí, que se siga apostando a su crecimiento porque el potencial es incalculable. Hoy las exportaciones de vino argentino no se duplican no por la calidad sino por la coyuntura. Y en el Malbec está la clave. Es curioso que muchos de los que reclaman “otros” vinos sean los mismos que admiran a Borgoña con sus Pinot Noir y Chardonnay, o a los Champagne, o a los grandes vinos de Italia del Piamonte y la Toscana. ¿Por qué no van allá a decirles que dejen de hacer lo que hacen e innoven con cepas nuevas? Sabemos la respuesta. Cuando tu mercado es el mundo la especialización se vuelve mucho más atractiva que la diversidad. Porque significa que “tu vino” es reconocido en el mundo. Eso aún no le pasa al Malbec, ya que, si bien es muy reconocido en el ámbito profesional, falta mucho para conquistar los paladares de los consumidores en los principales mercados. Para ello no solo hacen falta buenos exponentes de Malbec en todos los segmentos de precio sino también mucha inversión en comunicación y en los puntos de venta para que las botellas logren una buena exhibición. Pero sabemos lo difícil que es realizar una inversión y más en moneda extranjera. Sin embargo, ese es el camino, porque lo demás ya está. Está el mejor Malbec de la historia y además es sinónimo de la Argentina, ahora resta hacerlo legar a más personas alrededor del mundo. Y aprovechar el envión de la conquista de la copa en Qatar es una gran oportunidad, porque en cualquier góndola donde reinan los vinos importados, el principal atributo dentro de cada segmento es el origen del vino. Luego, será el turno del vino, pero ya sabemos lo que el Malbec es capaz de hacer en las copas.