La pasión de Roberto Cipresso desde joven no era el vino, sino la montaña. El winemakers es oriundo de un pueblo llamado Bassano del Grappa (a unos 50 kilómetros al norte de Venecia). “A los 20 años la montaña era mi enfermedad. La escalada y el alpinismo eran muchos más que una pasión. Esperaba vivir de eso, pero tuve un momento muy difícil cuando perdí a un amigo en la montaña. Esa tragedia me cambio la vida”.
Estudió Agronomía en la Universidad de Padova y comenzó de a poco a meterse en el mundo del vino pero sin olvidarse de su pasión. “Después de estudiar agricultura, como ingeniero agrónomo y tras el servicio militar, me dediqué muchísimo a la montaña y hacía trabajos provisorios para esto. Estuve en el Instituto Agrario di San Michele all Adige, la escuela más profesional de vino que hay en Italia. Fue ideal para perfeccionar un poco la entrada en el mundo del vino y de la vid. Pero, en realidad, en ese momento era casi un pretexto para justificar a la familia que estaba haciendo algo profesional. La elección tuvo que ver con que esta escuela estaba al lado de la montaña. Cuando terminaba mi jornada, me iba a escalar o al lado del Lago di Garda donde hay un microclima especial. Estamos hablando del año 1985 u 86”.
¿Y cómo llegaste a la Toscana?
En el instituto conocí un productor de vino de Montalcino y me ofreció ir a hacer una experiencia por tres meses. Creo que esa decisión fue para cambiar un poco el clima, para entrar un poco en otra química, por eso acepté. Y no volví más, dejé a la familia (mi hermano, mi papá y mi mamá). Fue una elección muy importante porque tenía sólo 22 años. Empecé en este camino dándole mucha atención y así terminé entrando en otro mundo. Adquirí otra pasión, en ese caso definitiva. Así empecé a hacer vinos en varias bodegas.
¿Cuándo venís a la Argentina por primera vez?
En 1995 conocí Argentina por mérito de un grupo cementero muy importante de Córdoba del grupo Minetti. El presidente de la compañía me llamó para que les haga un plan de factibilidad vitivinícola. Aterricé en Mendoza subí en una 4×4 con una brújula, un binocular y un mapa y me fui a la aventura a San Juan. Estuve explorando y viendo muchos viñedos. Al final descubrí uvas interesantes en el Valle del Pedernal.
-¿Cómo nació Achaval Ferrer?
Al final el grupo abandonó la idea, pero las dos personas que me acompañaron en esta aventura era el vice presidente de la compañía (Manuel Ferrer) y el esposo de una prima de Manuel que era un experto en Finanzas del grupo (Santiago Achával). Con ellos se armó una química fantástica. Dos años después me llamaron porque habían comprado tierra en Mendoza y empezamos a hacer nuestro vino. Ahí nació Achaval Ferrer. Santiago Achaval, Manuel Ferrer y yo. El dibujo de la etiqueta de Achaval Ferrer era la flor del Brunello que yo tenía en Italia. No puse mi nombre sino el logo del vino que hacía allá.
¿Cuál era el perfil que quisieron hacer en esos vinos?
Mi visión personal del vino es muy intelectual. Está muy atenta a que el vino pueda emocionar y pueda exprimir algún aspecto del paisaje de la naturaleza. Y que este lenguaje permita entrar en una historia, en una forma de comunicación. Y sobre todo que exprese el lugar. En una palabra lo que se llama terroir. En un principio todo el mundo nos decía que éramos unos locos. Pero cuando Wine Espectator y Robert Parker nos dieron una puntuación alta y Finca Altamira se presentó como el vino más rico de la historia de Latinoamérica, ganamos un fuerte respeto. De ahí en adelante Achaval Ferrer representó una nueva página de la vitivinicultura argentina. El terroir existía, estaba bien expresado y se podía reconocer. Fue una nueva consideración del valor de la Argentina en su malbec.
¿Cómo surgió bodega Matervini?
Después de vender Achaval Ferrer, en su esplendor a un grupo ruso, Manuel volvió a Córdoba pero Santiago y yo seguimos adelante para armar otra bodega. Así creamos nuestro nuevo proyecto que se llamó Matervini. Somos socios y la misión es encontrar tierra interesante donde plantar nuevos viñedos. Estamos explorando algo que todos los días nos sorprende y nos pone la piel de gallina. Descubrimos algunos secretos de Argentina que para nosotros serán la apuesta. El desafío de la próxima página de la viticultura Argentina: la pre-cordillera. Su tierra tiene 300 millones de años a diferencia de los 30 millones de años que tiene la Cordillera de los Andes.
¿Cómo es eso de la pre-cordillera?
La tierra más antigua, la pre-cordillera, la que tiene que ver con Cafayate por ejemplo. Es una tierra autóctona, es una tierra madre, donde hay sectores diferentes. Donde el movimiento y la erupción no tienen millones de piedra y suelos de origen aluvional, sino que tiene que ver con el enfriamiento del planeta (con la Pangea). Y que tiene una autoridad bestial, eso significa que encontrando una ladera, tendremos viñedos un poco al estilo europeo. Donde en cada hilera hay características diferentes. El futuro del vino y no tengo ninguna duda, es cuando te emociona y te lleva a un lugar específico.
Por ejemplo…
Entre los diferentes vinos que hacemos en Matervini, hay un viñedo que se encuentra atrás de la iglesia de Yacochuya en Cafayate (son 8000 metros de viñedo con un cardón y dos algarrobos adentro). Es un viñedo muy curioso y con ese material hacemos un vino que hemos llamado Alteza (por altura, por respeto y por autoridad). Otro de los vinos que hacemos se llama, Valles Calchaquíes. Está dentro y debajo de un techo que se llama Antes Andes, que significa lo que había antes de la Cordillera de los Andes. Teóricamente en esa tierra tan antigua había un horizonte que entraba tocando el mar o entró en algunos casos el mar en esa tierra. Cuando se levantó a la cordillera quedó de un lado Chile y del otro Argentina.
¿Qué es lo que buscas que tengan tus vinos?
Lo que no me interesa es reconocer la variedad. Todo el mundo encuentra fruta, expresión reconocible. Un Merlot que tenga esa nota de Merlot o el Malbec como tal. Cuando la variedad se reconoce significa que está en un terroir débil. En cambio, cuando este lugar es fuerte, manda el terroir y la uva abandona su propio ego para presentarse como otras cosas. Ese es un poco el concepto que me apasiona mucho. Para que eso pase necesitamos trabajar en el momento justo, con el oxígeno que en el proceso fermentativo este activo. Dejando las lías a largo plazo y barricas más pequeñas (porque respira un poco más). Embotellados después de un año y guardando un año más en botellas. Es todo un proceso el que eleva el concepto. El objetivo es que el vino exprese más turba: notas de tierra mojadas, de bosque, de fresco húmedo y que tenga una buena acidez. Esto es lo que normalmente pasa en algunos vinos franceses, después de 20 años en botellas.
¿Viñedo viejo o viñedo nuevo?
Los grandes vinos vienen de viñedos viejos. Pero entre el viñedo viejo en las zonas históricas y un viñedo nuevo en la precordillera, prefiero este último. Cuando el terroir es fuerte, prefiero el gran terroir a la planta vieja. Por eso sostengo que si tuviéramos que empezar de cero en la historia de la vitivinicultura argentina, se sembrarían en otros lados que no sean donde se sembró antes. Celebro el viñedo viejo porque me emociona y me encanta. Pero la nueva página de la vitivinicultura, es lo que tenemos que plantar hoy para la próxima generación. Hay que hacerlo en un terroir más expresivo, que no tiene nada que ver con esta tradicin, sino con la identidad del lugar.
¿Cómo ves el futuro del vino argentino?
Argentina puede transformarse en una tierra de vino, en un país con una condición que produce vinos de calidad y en la capital del mundo. Tiene todo lo que se necesita. Es la única que tiene el clima continental, una luz extraordinaria y tierra autóctona (la precordillera). No hay otro lugar en el mundo así. La Borgoña sí, con el Pinot Noir. Pero acá hay posibilidad de hacer mucho más. Cuando me dediqué a estudiar este terroir recuerdo que toda la Argentina estaba observando Napa Valley y a Chile. Esos eran los dos estereotipos que iban a imitar. Chile porque vendía vino barato y Napa Valley como la ambición americana. Y no pensaron en desarrollar algo para tener su propia identidad. Hoy que lo hemos hecho, muchos de los productores, van en esa dirección.
Y la última, ¿Pensás que puede llegar a desarrollarse alguna otra variedad en Argentina como lo hizo el Malbec?
Yo no gastaría un minuto más para otros varietales. Hay un caballo pura sangre de carreras que es el Malbec. No veo porque hay que cambiar. Si veo que en la zona de la pre-cordillera (donde hay caliza) el Grenache es interesante. El Carignan puede ser interesante. Pero para mí, después del Malbec, hay otro Malbec. Yo seguiría mostrando al mundo que el Malbec más grande del mundo está acá y que nadie puede hacerlo de la misma calidad.