Desde siempre es la segunda provincia vitivinícola de la Argentina, en cuánto a superficie de viñedos y producción de vinos. Sin embargo, nunca dejó de estar a la sombra de Mendoza; hasta ahora. Porque la provincia está despertando de su letargo enológico de la mano de pequeños productores que han decidido poner en valor sus diversos valles.
Es cierto que en el imaginario colectivo sigue resonando fuerte el “Resero Blanco, Sanjauniiiinooo…”. Y eso, que en una época fue símbolo de nobleza en las mesas y reflejo de una industria pujante, luego se volvió una mochila imposible de cargar.
Pero la historia y las viñas siguen ahí. Es decir que la historia y el terroir siempre estuvieron. Lo que pasó fue que el mercado cambió y, por cuestiones diversas del destino, San Juan perdió el tren que pasó a comienzos del milenio. En aquel entonces, Mendoza se subió primero con el Malbec a la cabeza, y los resultados están a la vista. Incluso, Salta y Patagonia también, aunque unos “vagones más atrás”, logrando un posicionamiento mucho más importante, aunque con muy pocas hectáreas de viñas plantadas, comparándolas con las de San Juan.
Pero ya ha pasado mucha agua bajo el puente y mucho vino sobre las mesas, y los sanjuaninos entendieron que sus mejores atributos están en sus valles de precordillera. Y en eso está, estudiándolos a fondo, de la mano de la Universidad Católica de Cuyo que dicta la Licenciatura en enología y de donde están saliendo jóvenes profesionales con ganas de cambiar el rumbo de los vinos del lugar. Pero los jóvenes productores no están solos, porque los grandes entendieron que ese es el camino. Apostar a la diversidad para mostrar los distintos terruños de la provincia. Y la mejor manera de hacer es a través de sus cinco valles productores: Tulum (que representa el 95% de la producción), Ullum, Zonda (al que se suma La Ciénaga), Calingasta y Pedernal. E Iglesias que está empezando a implantarse. En cada uno de ellos hay historias y productores, viñedos viejos y nuevos, parrales y espalderos sobre suelos diversos que van desde los profundos limosos hasta los más calcáreos del mundo. La tecnología y las ganas de sus “nuevos” protagonistas hacen que San Juan tenga con qué contraatacar. Claro, no se trata de una guerra, sino en sentido simbólico. Pero para poder volver a llamar la atención de los consumidores, los sanjuaninos deben tirar toda la carne al asador, o, mejor dicho, todos sus nuevos vinos a la mesa. Y la apuesta no es a mano de una variedad como lo fuera el Syrah en su momento, sino a la expresión de cada lugar, explotando los atributos y bellezas naturales de cada uno de sus paisajes vínicos. Puede ser Pinot Gris, Torrontés Sanjuanino o Sauvignon Blanc, en blancas. O Bonarda, Ancellotta, Syrah, Cabernet Franc o Malbec en tintos. Lo más interesante es que todos los vinos acusan frescura y texturas bien actuales, que resaltan un carácter de fruta muy particular. Ya lo decía hace muchos años el gran Petiso (Ángel) Mendoza; “San Juan tiene le ventaja que por sus condiciones la uva madura antes, y por eso puede llegar antes al mercado con vinos jóvenes y bien frutados. Bueno, hoy, a eso, se le suman vinos con distintas pretensiones, de pequeños y medianos productores que quieren devolverle a la provincia el prestigio enológico que nunca debieron haber perdido. Y en las copas está la respuesta. ¡A por ellas!