Quizás, mucha gente no sepa aún que su vocación sea esa. Pero cuando uno descubre qué es ser un sommelier, entiende todo. Claro que la pasión por el vino se antepone a todo. Y le sigue la vocación de compartirlo. Claro que eso puede ser de varias maneras. Se puede estudiar enología para elaborar vinos, y así embotellar placer y hacer felices a los demás. O se puede trabajar en el comercio del vino, acercándolo a la gente desde una vinoteca o un restaurante, por ejemplo. Allí, no solo se trata de vender, porque lo que se busca es quedar tan bien con el cliente para que vuelva, que el objetivo comercial de ganar plata, pasa a un segundo plano para el sommelier. Pero la evolución del vino en la Argentina, le permite al sommelier desarrollarse en otros ámbitos, comunicando y difundiendo la cultura del vino, con las ganas de contagiar la pasión por la noble bebida. Están los que lo hacen desde las bodegas o empresas complementarias a la industria (distribuidoras, e-commerce, etc.), recibiendo visitantes, generando contenidos o recomendando vinos. Todo vale, si se hace éticamente. Y, cuando realmente se llega a disfrutar el trabajo que se ha logrado conseguir, se entiende que sommelier se nace, y no se hace. Claro que hace falta estudiar, porque más allá del oficio, está la técnica y la información, que son claves para tomar las mejores decisiones, dar las recomendaciones más apropiadas y responder a todas las preguntas de los clientes o comensales. Y no solo se trata de estudiar, hay que viajar a las zonas productivas para ver de cerca los viñedos y hablar con los agrónomos y enólogos, seguir de cerca la elaboración y escuchar para intentar interpretar qué quisieron hacer con cada vino. O cuál es la verdadera influencia del clima de la añada o de la composición del suelo en tal o cual vino. Y mucha práctica. Sí, para entender sobre vinos, hay que degustar mucho, escuchar más y sacar conclusiones. Y si bien es una profesión nueva, ya hay más de 1000 sommes en el país, esto implica un crecimiento de casi el 3500% en menos de 25 años, tomando como punto de referencia las dos primeras camadas de la Escuela Argentina de sommeliers (ponele30) en 1999 y 2000; de la cuál surgí yo. Imagino que hay muchas profesiones que necesitan de las vocaciones personales para sobresalir. Aunque, seguramente habrá varios sommes que no tengan tanta vocación, pero sí disfruten de su trabajo, aunque sea momentáneo. Hay algo que se nota en todos ellos, que tiran para el mismo lado. Algunos más y otros menos, algunos criticando más y otros aprobándolo todo. Lo importante es que cada sommelier “real” entienda que no hace falta tener un juramente hipocrático como el de los médicos (El juramento hipocrático es un compromiso ético en el ámbito de la medicina, que orienta al médico en la práctica de su profesión. En su forma original regula las obligaciones hacia el maestro y su familia, hacia los discípulos, hacia los colegas y hacia los pacientes), para ser un buen sommelier. Se es ético o no, como en la vida. Lamentablemente, como en la vida, hay de todo. Y, a veces, los que hacen ruido se hacen sentir más, del mismo modo que los inadaptados sociales irrumpen en una marcha multitudinaria y masiva para desviar la atención y desvirtuar el objetivo principal de la movida. Algunos y algunas invierten mucho tiempo en ver qué hacen los demás para criticar y denostar lo que hacen, claramente solo lo pueden hacer desde las redes sociales, hablándoles a su grupito de seguidores. Pero cuando se dicen barbaridades de los demás, corren más rápido que cuando se habla bien. Hacer videos despectivos y negando el esfuerzo de los demás y compartirlos para buscar complicidades con otros “haters”, no hace más que enaltecer la noble profesión. Ya que los sommeliers reales se sienten más unidos. Y, como una de las claves para ser un buen profesional es degustar e intercambiar opiniones con los colegas, el respeto es básico. Algunos y algunas no lo entienden, y se creen graciosos y libres. El sommelier es libre, nadie lo obliga a nada. Y las grandes bodegas hacen tan buenos vinos como los productores pequeños. Pero atención, para hacer buenos vinos se necesita mucho más que un lugar especial y pasión, hacen falta visión, interpretación y muchos recursos. De lo contrario, es puro romanticismo. Y claramente hacer vinos es una actividad tan noble como milenaria, pero eso no justifica que se hagan mal. No hace falta hacer populismo con el vino, ya que es una bebida que se inventó mucho antes que cualquier partido político nacional. Solo hay que entender que un vino puede ser simple y brindar mucha satisfacción al que lo tome, como un vino en Tetra Brik para el 40% de los Argentinos. O puede ser un vino de 100 puntos, accesible para pocos, pero que llama la atención del mundo y mueve la vara cualitativa. La misma que luego derrama en toda la pirámide de producción. El vino es simple, pero a la vez muy complejo. Hay de todo. Lo cierto es que no hace falta saber nada para disfrutarlo, pero el conocimiento amplifica exponencialmente el placer.

Para entender esto desde el lado de la sommellerie, primero hay que entender que los importantes son los hacedores, ellos son los verdaderos protagonistas. Los demás, solo estamos para ayudar. Desde Mendoza, Capital Federal o el Conurbano bonaerense. Porque consumidores con ganas de apreciar y disfrutar más el vino hay en todos lados, pero (lamentablemente) sommeliers todavía no. De a poco va creciendo la cantidad, y son una inmensa mayoría los que se van recibiendo en las escuelas reconocidas y se dan cuenta que “eran” sommeliers antes de recibirse. Aunque algunos solo usen la profesión para llamar la atención. Pero como siempre pasa, en el cajón de manzanas, aparece una podrida. ¿Qué se hace con esa? Nada, simplemente se descarta.