Su leyenda lo antecede, dicen que es el mismísimo creador del imperio Inca; como sus características: el Titicaca es el lago navegable más alto del mundo, 3800 metros sobre el nivel del mar, 800 mil hectáreas ocupa en el límite entre Bolivia y Perú. Cierto es que el espejo de agua está rodeado de mitos, ritos, cuentos de tradición oral, y al estar frente a él se siente la solemnidad de lo sagrado. Precisamente durante siglos fue enclave para adorar a dioses y luego a Inti, tanto por parte de incas como por aimaras, entre otras poblaciones andinas anteriores. Por esto, ni más que adentrarnos en sus dominios, con su permiso y el respeto debido.
Desde el muelle de Copacabana (Bolivia), una embarcación aguarda unos minutos a los perezosos, buen momento para dedicar un primer paseo al área de barquitos de pescadores, las señoras de faldas amplias y atuendos de colores vibrantes con sus souvenirs para la venta, los que compran el pescado fresco, y los que recién van saludando al día. Sin más preámbulos el cerro Calvario nos despide, el intenso azul del agua abre a los misterios de los Andes nevados que miran todo resguardando cuanto acontece. El paisaje es tan calmo, entrega esa paz que con el trajín del viaje se pierde en el aeropuerto cuando salimos de casa. Por eso quizá debamos alcanzar estas alturas, estas montañas, estas aguas, estas culturas trenzadas, este momento en que los planetas se alinean para darnos un respiro, el mejor, el del aquí y ahora.
Una hora y pico después la Isla del Sol enciende sonrisas. En sus 10 kilómetros de largo por 5 de ancho, este signo cultural del Titicaca, con los anfitriones aimara, nos hará repensar nuestro mundo.
La comunidad vive principalmente de las artesanías que comercializan aquí y en poblados cercanos, son gente humilde, de manos trabajadoras, de ojos grandes y amables. No hablan demasiado español, es para protegerse un poco de los que preguntan todo, pues las respuesta es función de los guías.
De las leyendas más mentadas está la fabulosa ascensión de los incas, es como si de lo más hondo del lago, Viracocha (el dios), haya hecho nacer al Manco Capac, el primer referente del que sería el gran imperio del sur, primero como figura de piedra, con Mama Ocllo y otros humanos que serían los encargados de dar sustento al sueño divino. Sin embargo la relación no concluyó en ese entonces, aún hoy muchos creen que las almas descendientes de incas luego de la muerte regresan al hondo azul. Y en el trayecto de ruinas de antes de la llegada de los españoles, nada parece ilógico. Así, el Palacio Pikokaina con muros de piedra perfectamente apiladas, como tanto que vimos en el Machu Pichu. El sitio se erigió como estancia temporal para cuando el líder supremo decidiera visitarlo. El altar ceremonial;el de sacrificios; la Chinkana, almacenes subterráneos que protegían los productos para que tuviesen mayor duración, o mejor, túneles secretos que están por debajo de las aguas y que de hecho se relacionan con esa ciudad sumergida del tamaño de un estadio de fútbol. También, hay leyendas de seres astrales que viven allí, y de cierta Atlántida… Estas construcciones son de la época del Tahuantinsuyo, y por supuesto la Roca Sagrada. Cada uno sacará sus conclusiones.
Tras el circuito guiado, caminar a la deriva por la pequeña ínsula de Inti, obsequiará momentos ideales. El trajín local con los turistas incluidos, la venta de tejidos multicolores y canastos, las terrazas cultivadas hacia abajo casi tocando el agua. En la explanada los comerciantes, las posadas en derredor, los comedores y los que ofrecen agua embotellada, que bien viene para la escalinata del Inca y las mil fotos, junto con la ilusión de llegar a la Fuente de la Vida… porque todo se entrelaza.
Por fin las balsas de totora surcando el Titicaca, ideal para llegar a la Isla de la Luna, para conocer el Iñak Uyu -Palacio de las vírgenes-. Hermosas ruinas de lo alguna vez fue el albergue de mujeres criadas desde niñas para ser elegidas como acompañantes del Inca o destinadas a los sacrificios. Del lado peruano esperan las islas Amantani y Taquile, también la fascinante Isla Flotante de los Hunos (de suelo realizado en pura totora), pero eso será para otro día. Ahora sumidos en el aquí y ahora, no tenemos más que navegar con el alma suelta en el azul profundo.
