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El vino sin alcohol, no es vino

Para muchos, sacarle el alcohol al vino podría ser una solución a la caída del consumo siguiendo los pasos del caso exitoso de la cerveza. Sin embargo, esto a la nobleza del vino no le va a servir, es más, la puede dañar para siempre.

No es una proclama, lo dice la ley, ya que el vino es el producto obtenido de la fermentación total o parcial del mosto (jugo de uva). Y, por lo tanto, tiene alcohol. Este es el contexto en el que se están lanzando dos nuevas etiquetas de Domaine EdeM (Catena Zapata), dos espumosos botánicos. Y si bien la idea acá es que las apariencias engañen, ya que todo hace pensar que se trata de vinos espumosos, está todo hecho dentro de la ley, y del sentido común; tal como describí en la nota “Nuevos espumosos de origen vínico sin alcohol”. Pero la polémica está dando vueltas alrededor de la industria por estos días. Justo en las puertas de la finalización de una cosecha difícil y cambiante, y encarando un año de ventas inciertas, luego de un terrible 2024. A todo esto, se le suma el contexto global, que marca una caída sostenida del consumo de vinos. Sobre todo, a mano de los jóvenes, que llegan con nuevas preferencias. Pero no todo se arregla cambiando. Es cierto que hay veces que hay que adaptarse, pero todo tiene un límite. Y acá está claro; el vino sin alcohol no se puede llamar vino. Esto, que parece grave, no lo sería tanto, si se tiene en cuenta que la Argentina todavía no encontró un nombre propio para sus vinos espumosos, como si lo hicieron Francia (Champagne, Cremant, etc.), Italia (Franciacorta y Prosecco), España (CAVA) y Alemania (Sekt), por ejemplo. Lo que sí es preocupante, es que algunos actores de la industria insistan en llamarlo vino, después de todo lo que el vino les ha dado. No hay que olvidarse que es una bebida con más de 8000 años. Es decir, la más noble y longeva, y que viene acompañando la evolución de la humanidad a lo largo de la historia. Claro está que, hasta cierto punto, la elaboración sigue siendo la misma, más allá de los avances tecnológicos; jugo de uva fermentado. Pero cuando se empieza a hablar de desalcoholización, empiezan las polémicas. La tentación es grande porque los vinos más livianos (más bajos en alcohol) pueden ser una buena alternativa para no perder consumidores, captar nuevos paladares y generar nuevas ocasiones de consumo, y que todo esto derive en un aumento de las ventas de vinos. Al menos esto es lo que muestran las encuestas sobre la temática a las nuevas generaciones que están más preocupadas por el “fitness” que por la diversión alrededor de una mesa, tomando y comiendo.

Pero volvamos al punto crítico. Los vinos más livianos se pueden lograr naturalmente, cosechando la uva muy temprano y, en todo caso, utilizando mosto para equilibrar el exceso de acidez natural, por haber partido de una uva “verde”. Pero en este caso, y más allá de sabores y texturas, las calorías también pesan. Por eso, para muchos, sacarle el alcohol al vino es la solución, siguiendo los pasos del caso exitoso de la cerveza. Sin embargo, esto a la nobleza del vino no le va a servir, es más, la puede dañar para siempre. Se sabe que la cerveza ha seguido los pasos del vino para poder sostenerse exitosamente, apostando por diversidad de estilos y métodos, hasta llegar a cervezas elaborados por “método tradicional”, fermentada en botella. Más allá de las que vienen con más alcohol y criadas en barricas. ¿Qué significa esto? Que a la cerveza le sirve seguirle los pasos al vino, pero al vino no le sirve hacer lo mismo con ella. Es obvio que hay cierta envidia por el nivel de consumo de uno y de otra, pero eso no justifica perder dignidad. El alcohol es uno de los pilares fundamentales del vino, una bebida que, consumida en cantidades adecuadas y dentro de una dieta equilibrada, aporta beneficios saludables, según ha comprobado la ciencia. Por lo tanto, no se puede desvirtuar la esencia del vino sacándole el alcohol. Es como si a la Coca Cola se le sacara la cola, o el gas. Por lo tanto, el vino es vino y el vino sin alcohol es una bebida derivada a la cual hay que buscarle un nombre. A priori, en Domaine EdeM los llaman Blonde y Brunette, nombres que se asocian más con la cerveza. Y si bien en boca se asemejan más al vermut, son dos productos muy bien logrados, que pueden llegar a cumplir con su gran objetivo de “reemplazar al vino” en determinadas situaciones.

Esto, que ya ha comenzado, puede ser un paliativo para la industria porque, junto al auge de los vermús, puede significar un alivio para los productores al significar un nuevo destino con valor agregado para sus uvas. Pero no es más que eso. No es la solución de fondo a la baja del consumo vínico, la cual está más asociada a la situación económica que a la falta de diversidad. Por eso, no hay que llamarle vino, y tampoco vino sin alcohol. “Jugo de origen vínico”, “Botánico de origen vínico”, etc., como quieran. Pero no es vino.